7 Martha
exclamó, “¡Noli me tangere, homo!"
vii/vii
(Miniserie, Batista y Martha)
Se cumplen 59 años de dictadura comunista en Cuba
(Dispensas
por construcción)
De
la democracia
"Si hubiera una nación de dioses,
éstos
se gobernarían democráticamente;
pero un
gobierno tan perfecto
no es
adecuado para los hombres"
Jean-Jacques
Rousseau
"Un Asunto Cubano"
Postal parafílica de Cisnes y Flamencos
"Señor,
cuando Usted ordene"
El oficial, vestido con traje de faena y grados de Coronel; se inclinó hacia las figuras del Presidente, Gral. Fulgencio Batista y su esposa Martha, la Primera Dama. La pareja estaban sentados juntos, a la derecha del compartimiento principal. Las cortinas de privacidad, estaban corridas y la pareja oficial estaba a la vista del resto de los pasajeros, todos de confianza. La aeronave de la presidencia, el "Guáimaro", había sido reacondicionada, tal es lo habitual, para uso ejecutivo. El oficial se aprestó con voz queda, casi susurrante, a pesar del ruido de los motores, para indicarle a la pareja acerca de los pormenores de la partida definitiva de Cuba, del convoy presidencial. Pocos conocían que entre los planes del Presidente, estaban demarcados rumbos diferentes para algunas de las aeronaves. Entre otros objetivos, borrar el camino y destino de los prófugos, con fines de protección y seguridad de los exiliados, de manera que los enemigos del régimen, las fuerzas revolucionarias del líder y cabecilla oposicionista. Las fuerzas gubernamentales batistianas se encontraban en posición crítica, en especial en la zona villaclareña, cuya situación militar al gobierno batistiano se le hizo insostenible. De modo igual, se consideró imposible por los sitiados una resistencia capitalina sin ayuda exterior. En el Presidente Batista y su esposa, se pudo ver una expresión cargada de solemnidad, dubitaciones y presuras. Estas evidencias al coronel, como militar y piloto, le acentuaban el estimar una demora innecesaria. Sin embargo el Presidente se
mantenía atento a las incidencias que le enviara desde tierra el jefe de la
operación de repliegue de la Familia Presidencial y sus acompañantes, el Crol.
Mariano Faget, quien le indicaría el momento que todas naves posadas en la pista principal del
aeropuerto de Columbia, estuvieran listas para el despegue. La
expresión del capitán de la aeronave, Crol. Antonio Soto Rodríguez, mostraba de
cualquier manera, tiempo y circunstancia, un rostro apesadumbrado, marcado por una seriedad
tomada en mala hora como balde agua fría.
Porque el líder de aquel conglomerado de militares, incluyendo otros funcionarios de su gobierno hasta hacia unas horas, solo advertían de la
ansiedad de quienes ahora andaban en fugas ominosas ante sus seguidores. El
Crol. Soto respiró durante unos segundos interminables y se inclinó aún más hacia su
líder, por si el presidente le ordenaba algo en medio de su casi murmullo. Todo se definió, cuando Faget entró por la portezuela de la nave y se acercó a la pareja presidencial, haciéndole una seña casi imperceptible para el resto de los viajeros, mas allá de donde las cortinas separaban a los viajes indispensables de los presidenciales.
"Muerte de Minnehaha"
William de Leftwich Dodge, 1892
in Denver, CO and wiki)
(Cortesía del Anschutz Collection
at the Museum of Western Art
|
A una señal de su jefe, el piloto esperó que el Presidente terminara de adecuarse junto a la Primera Dama. Inquieto, Soto echó otra una mirada
de soslayo hacia la cabina de mandos, donde el copiloto e ingeniero de vuelo le
hacía fuertes señas apuntando a sus relojes de pulsera, conminándolo al
despegue. El capitán de la nave, aspiró profundo, trato de ponerse en atención y se
inclinó otra vez respetuoso, hacia la pareja presidencial y le susurró nuevamente al
Presidente,
—Señor, cuando Usted ordene —se atrevió a inquirir, Soto, con voz un tanto temblorosa,
esperanzado en recibir una respuesta positiva e inminente, sobre el despegue de
la aeronave.
Batista lo miró penetrante a los
ojos, asombrado tal si se encontrara con alguna visión desconocida. Pareció
tomar una bocanada para decir algo y finalmente le dijo al piloto,
—Mi estimado Coronel Soto, ¿habré
entendido mal o usted dijo: "Señor, Presidente?
Batista no tuvo que hacer esfuerzo
para darle a su voz grave, un tono gutural severo, cuando le inquirió al
oficial de vuelo sobre la que estimo una descortesía, enfatizando a su vez las
últimas palabras. Y se revolvió en el asiento, hojeando la agenda abierta, con
la picazón de los buenos tiempos, cuando estaba encerrado en aquel uniforme de
kaki en los cuarteles del Campamento de Columbia.
—Oh, por supuesto y dispense, ‘Señor, Presidente’, es la tensión por su
seguridad, su familia y el resto de los viajeros —se disculpó Soto reaccionando
y volvió a su sitio en la cabina de mandos.
Pasados unos minutos, éste sintió
de pronto en su nuca el aliento del Presidente, tal si fuera el de un oso
situado a sus espaldas; y trago en seco o como si tuviera trabado en el
gaznate, la mitad de un ladrillo de vidrio refractario.
—Coronel —le advirtió Batista en
tono suave—, por favor, pida confirmación a la torre y al Coronel Faget, para
iniciar el despegue.
A la segunda orden, más bien un
ruego encubierto, el oficial pidió a la Torre de Control la confirmación.
—Confirmado, Señor Presidente.
—Fulgencio, por favor y por amor de
Dios —intervino Martha, en cuanto Batista retorno a su asiento—. Aflójales el cuello a estos hombres, que se
trata de nuestra gente. Ya todo se acabó y cierra el libro de tus pensamientos.
Con ello, Martha le recordó a su marido con un tropo, que él
era el mejor y más admirado de sus guerreros, su héroe epónimo e inigualable; utilizando
el mejor de sus susurros, ese momento crucial para matrimonio. Batista la miró,
y todos los observaron en vilo. El líder levantó la mano y chasqueó los dedos.
La figura de civil que esperaba junto a la portezuela del avión se le acercó a
paso rápido.
— ¿Sí, Señor Presidente? Ya me
alertó el Coronel Faget —preguntó atento el jefe de los ayudantes y bodygards.
— ¿Todos a bordo, los equipajes y
las protecciones?
—Positivo, mi General. Todos y todo
a bordo, señor Presidente —aseguró el oficial.
— ¡Pues andando!
—dijo Batista en tono seco y miró a Martha. Ella le sostuvo la expresión, del
mismo modo cuando le dijo que ‘no la
tocara’ Batista acarició al pequeño Jorge y sonrió a Martha. Ella asintió
con un brevísimo cerrar y abrir de los párpados, en señal de aprobación y
comprensión de la tensión.
Las detonaciones secas de armas de
fuego de alto calibre, les llegados ahora más cerca, quizás desde donde las
postas, que pudieran estar repeliendo a los sediciosos que les buscaban, erizó
a todos los fugitivos. Indicaban el inminente peligro representado por una
parte de la población, aun ínfima, ya desbordada en las calles, festejando un
cruento ajuste de cuentas, a los que entonces estimaban los peores gobernantes
del planeta Tierra. Los dos restantes ‘come
candelas’, se precipitaron estruendos a través de la escotilla y sin mediar
orden, la portezuela fue cerrada de manera apresurada por un sobrecargo, el cual
permaneció tieso en espera del regaño. El capitán de la nave giro la cabeza y
le hizo al hombre tembloroso una seña discreta de espera, desde la cabina.
Batista pensó por un momento en
dejarles hacer lo que desearan siguiendo las órdenes y lo indicado en el
protocolo y por primera vez en mucho tiempo, intentó un gesto de aprobación.
Pero recapacitó.
—Genio y figura hasta la sepultura —masculló, de manera que sólo ella lo oyera.
Martha lo miró sorprendida,
sobresaltada al entender en el bisbiseo el brote de nuevos bríos presidenciales
y contuvo el aire.
—! Oh no, Cachita, por Dios, que no le vuelva otra vez el 'ataquito de mando' por el poder!
—rogó ella en sus adentros, clavando su mirada en el techo. Tal si hubiera allí
un hueco que le condujera su plegaria al cielo.
Un inmediato y esperado
carraspeo que exhaló el Presidente para aclararse la voz, compitió con el
tronar de los motores y estremeció la nave. El resultado de aquel tardío
retumbe presidencial, no era nada distinto de lo acontecido con el país entero;
aun fuerte, desde cuando Batista soplaba tuberías en calidad de sargento, allá
por el 33, mientras sostenía las riendas y la fusta del poder. Y graciosamente
sonrió en sus adentros y contó hasta tres, como si fuera un chiquillo a punto
de saltar de un trampolín en el Balneario del ‘Cabo Parrado’, allá por el
poblado de pescadores y playa, de Jaimanitas. Y por un instante recordó las
“guaguas de palo”, que conducían a los niños hasta donde las enormes y sabrosas
empanadas de carne y guayaba. La totalidad de los pasajeros sabía interpretar
el significado, tono y compás de cada rugido presidencial. Y éste último
tampoco pareció distinguirse, ni en una octava, de los anteriores.
— ¡Andando! —ordenó finalmente por
segunda y última vez. Ahora, con un tono bajo, al tiempo que trato de observar
a su ayudante, quien a su vez miraba hacia la cabina de pilotaje, donde el
capitán de la nave que observaba desde la carlinga, con la firmeza de siempre,
por el ayudante presidencial indicaba alguna variante y este, volvió a su
puesto.
Martha soltó el aliento contenido.
Es que solamente con el ascenso
forzado y estabilización del "Guáimaro",
con el ángulo máximo de elevación no fue hasta que el hasta ayer "Hombre Fuerte" se
percató de algo inevitable:
Su antaña categoría como Presidente
de la República de Cuba, disminuía en la misma medida en que el avión aumentaba
la altura que le separaba del lagarto cubano. Ya para entonces, eran, las 2:30
de la madrugada del 1ro de enero de 1959. No por casualidad, Martha le dio a su
marido un beso cálido en la mejilla”
— ¡Felicidades, amor! Eres adorable
— ¿Por ordenar el despegue del “Guáimaro”?
—"No, amor. El beso y la
felicitación, son ambos por tu santo, porque hoy, es día primero de enero. Y el
santoral indica que hoy es “San Fulgencio”
—le susurró ella al oído.
— "¡Carajo! —reflexionó
Batista—. Así que al tal Fulgencio sin mover ni una paja, tuvo la suerte que lo
hicieran ’Santo’. Y sin embargo a mí,
al Gral. Fulgencio Batista y Zaldívar, Presidente de la República y con todo lo
que le cuelga por haber hecho lo que hizo por Cuba, no me hacen nada de nada.
Ni me dan siquiera, una hojita de “guano
bendito” —murmuró desalentado y miró a Martha.
La Primera Dama, contraída de la
emoción, no pudo menos que aguantar la risa de una sorpresa tremolante de
nerviosismo, la más sentida de su vida. Era la primera vez, en semanas, que se
le vio alegre y todos los del avión, experimentaron en general una paz interior
divina, seguida de un relajamiento espiritual como nunca antes. La sonrisa de
Martha actuó como un bálsamo sobre los pasajeros
—Sí, porque desde ahora seré
solamente, Fulgencio Batista y Zaldívar, un ex
Presidente defenestrado por los comunistas.
—Querido, mío —le dijo Martha en
tono tierno, mientras le apretaba las manos—, te comprendo a plenitud. Es
abrumador lo que nos ha sucedido a todos. Pero es que yo me pregunto, amor ¿si
tú te habrás dado la jodida cuenta de que desde ahora yo seré también,
solamente, Martha Fernández Miranda de Batista, “una ex Primera Dama, defenestrada por esos mau-maus de mierda?”
“The Song of Hiawatha” and “The Indian Love Call”
Sucedió después, que el drama intenso
de ese inicio de Año Nuevo de 1959, era distinto para una pareja acaramelada de
cisnes azulados. Pájaros maestros en las artes del amor eterno. Es que durante las
tres décadas siguientes, fueron inquilinos habituales de la isla artificial
central de un lago artificial, entonces de aguas cristalinas. En el Domo erigido en la capital
del lagunato, clavado en medio de las aguas. Allí, donde emergía como un islote
construido a semejanza con el contorno de la Isla de Cuba. El lugar conocido
por todos, El Hipódromo del “Oriental Park” de Marianao, al sur de Columbia,
arrancando en la avenida 100 la cual interconectaba ambos sitios. En los bordes
de la isla, se entremezclaban juncos, malangas de agua, gladiolos, lotos,
nenúfares y plantas trepadoras. Era allí, donde dormitaban o se hacían el amor
los dos pájaros. Estos yacían acurrucados arrullándose ternuras en medio del
frío matinal.
Era
tanto el frío de ese año, que se veía escarcha gélida en las orillas y las
hojas de algunas plantas. Entonces, el invierno de Cuba era respetado. Pero
ambas aves a medio despertar, ya eran objetivo del cotilleo y las miradas
curiosas de unos flamencos floridenses arribados, siempre inoportunos, ávidos
de husmear privacidades en los arrullos ajenos. Eran aves, turistas todos una
especie de snowbirds recién llegadas
como cada invierno, extrañas al intenso drama que se desarrollaba a su
alrededor.
Tanta era la roña exteriorizada por los Castro, a instancias
de Comintern como ejemplo a seguir por toda la Indoamérica contra los
norteamericanos; que un tiempo después les cerró a los pájaros 'yankees' el acceso a lago, excluyendo
las amables visitas durante su inmigración anual desde los Everglades miamenses
para el descanso invernal.
El lago, inicialmente artificial, estuvo situado durante
decenios, en el centro de la pista de carreras del Hipódromo “Oriental Park”,
el cual el Líder Máximo cerró en represalia contra los EE.UU. durante una de
sus aparatosas embriagueces revolucionarias. Y para rematar, les desecó el lago
a las aves inmigrantes y arrancó de cuajo todas las plantas ornamentales del
sitio, ululando al conocidísimo grito (apelativo) local de,
— ¡Gringooo...!*
Y las dos aves azuladas,
espantadas también esa noche final de los ruidos por las aeronaves fugitivas;
levantaron majestuosas el vuelo virtual rumbo al norte; como las naves al
deslizarse entre las olas apacibles. Pero confundidas con la “The Song of Hiawatha”, la “The Indian Love Call” y las lágrimas
sonoras de los deudos cercanos por la "Muerte de Minnehaha", la reina de la tribu india, advertida ya de que todavía,
ese, no eran su llamado al amor.
Fuerzas, quizás tele kinésicas,
detuvieron el vuelo en pleno y ambas quedaron estáticas en el aire; atrapadas
en un rumbo de círculos concéntricos e interminables sobre la isla, que un
poeta denomino “Cuba, el Archipiélago
Sonoro” apresada. Aterradas como todos, pero sin saber, lo que tampoco les
importaría; que el trayecto hacia la libertad les costaría perder,
miserablemente, los siguientes treinta de sus mejores años. Giraban y giraban
incansables en círculos sobre el archipiélago cubano, como aves sin patas con
las cuales posarse entre el feraz follaje y así, flotando en remolinos del
aire, se sucedieron los decenios
Un día, de los inesperados, almas
caritativas les ofrecieron mitigar sus penas, con un pedazo de libertad en las
tierras de Hiawatha y de la amada Minnehaha. Y los dos cisnes azulados
abandonarían finalmente su hábitat isleño como otros de los pájaros snowbirds a la inversa, en un periplo
rumbo hacia la Florida. Y no descendieron hasta arribar al Aeropuerto de Miami,
ahora para siempre. La saga de los cisnes, sucedió también un 1ro de Enero,
pero esta vez de 1990.
Bitácoras
Dicen
las bitácoras y crónicas del vuelo: Lo
que pudo haber sido “sí” o que pudo haber sido “no”
Existen versiones similares sobre el papel jugado por los
integrantes del dispositivo de evacuación. Una señala que las tripulaciones de
las aeronaves fueron citadas de completo uniforme, a las 2:00 PM del 31 de
diciembre de 1958 en la pista No.1 del aeropuerto militar del Campamento de
Columbia. Nadie estaba al tanto de la Agenda a tratar, que algunos se olían,
pero que ninguno comentaba.
Sin orden del día escrita conocida.
Al final, fueron seis las aeronaves principales disponibles, las visibles, del
tipo DC–4 y DC–54 (se exceptúan las otras privadas) que partieron esa madrugada
de dicho aeropuerto militar de Columbia con rumbos varios. Tres de las naves se
dirigieron hacia República Dominicana, dos hacia West Palm Beach y una hacia
Jacksonville. No fue del dominio público que la séptima aeronave DC–54; de
mayor rango de vuelo, no censada y con unos pocos pasajeros a bordo continuó
con rumbo incierto al momento del despegue.
Cuentan que en la misma, se
transportaba una carga muy sensible, quizás misteriosa; custodiada y vigilada
celosamente por una dotación de oficiales de la Contra Inteligencia cubana,
armados hasta los dientes. El contenido de las cajas, sólo era del dominio de
la pareja presidencial y un Coronel encargado de los bultos y equipajes durante
el operativo del repliegue gubernamental. Dicha nave tomó rumbo Norte con la
discreción esperada y no descendió hasta aterrizar en el Aeropuerto
Internacional de New Orleans, antiguo “Moisant
Stock Yards” o “MSY”, hoy “Louis
Armstrong”
Fin de la saga y odisea de
"Fulgencio y Martha"
© Lionel Lejardi.
Enero, 2011
lejardil@bellsouth.net
Legacy Press
Addendum
(*) “ !Green go home!
Serás
bienvenido a mis blogs alternos:
EDC-2513/Pag.
9/9
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