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Martha
exclamó, “¡Noli me tangere, homo!"
vi/vii
(De la Miniserie,
"Fulgencio y Martha")
Se cumplen 59 años de dictadura comunista en Cuba
(En
construcción)
“La Dictadura del Proletariado,
es devoción fetichista por un Líder,
impuesta por un Partido Comunista
como un estado alterado de la sociedad
en el
que el ciudadano es un individual
aterrorizado, de expresar sus pensamientos.
Donde los hijos denuncian a sus padres a la
policía;
un
estado alucinante que no debe perdurar.
Ver que en las democracias, a veces, es
obligación
inclinarse con respeto ante la opinión de los
demás”
Winston Churchill (edi.)
"Un Asunto Cubano"
Fin de La Belle Époque para las “Damas de Nácar”
Martha per se, una Dama de Nácar
Ella,
quedó laxa, detenida en el descanso de la escalerilla del avión, pero Batista
continuó cercano a ella, a menos de un metro. Un sobrecargo trajo una manta
pero ella lo rechazó, amablemente. Martha, la mujer del coupé negro al estilo ‘Vionnet’,
permanecía allí parada y recostada a la baranda en el descanso alto de acceso a
la aeronave. Desde joven, había estado prendada de los ‘fascinators’ (sombreros para
el cocktail) Pero sin nada de extravagancias de los años 50s. Estaba a merced
de la tenue brisa invernal que se deslizaba suave, sin batir. Pero que a ella
le hacía sentir el frío hasta en la planta de los pies. Ni ella misma sabía la
razón interior de no haber aceptado la invitación del Presidente y del jefe de
la escolta, para tomar asiento junto a su esposo el depuesto, Gral. Fulgencio
Batista.
Con el arribo a La
Habana, capital de Cuba, de las tropas conjuntas de combatientes irregulares
oposicionistas; vencedoras con el derrumbe del gobierno batistiano a inicios de
enero de 1959, todo cambió para los ciudadanos cubanos integrantes del pueblo
llano, de manera paradójica, al incluir de inmediato a quienes de alguna forma,
habían combatido en montañas y llanos contra un gobierno que estimaron opresor.
El esquema o dicotomía virtual
entre el 'gobierno opresor’ de
Batista (1952-1959) que lo era finalmente para muchos (una mayoría de los
mismos después engañados por los Castro); curiosamente; y por causa de que que
los cubanos recién emergían de un gobierno popular y constitucional (“democrático”) de Batista (1940-1944) con
sus aes y sus bes defectibles y un doble bañó democrático (los últimos de la
etapa republicana) de los gobiernos ‘auténticos’
de Grau (1944-1948) y de Prío (1948-1952); el coup d’État Batista vs. Prío, totalmente infundado e improcedente,
devino en la catástrofe del gobierno totalitario y comunista de los Castro,
perdurable ya por más de seis décadas.
No resulto paradójico, sin embargo, que en aquel país, rebosante
de libertades durante una etapa democrática, una parte sustancial de la ciudadanía
recibió el madrugonazo batistiano, con cierta quietud y sorpresa
impresionantes. Sucedió que según las crónicas vividas y así descrito por los
contemporáneos de esa etapa; se encontraron que los ciudadanos todos,
criticaban, condenaban, escribían, protestaban, se reunían opinaban contra el
gobierno, entraban y salían de Cuba sin trabas, en síntesis, que para cualquier
observador, cada uno hacia lo que le diera sus reales ganas y florecía la libre
empresa y la libertad de expresión oposicionista. Por los hechos históricos de
violencia conocidos las relaciones gobierno-ciudadanía
avanzó hacia un abismo irretornable.
Solo que este
panorama se mostraba gracias a una bien concertada propaganda oposicionista de
los medios nacionales, democráticos y liberales (incluyendo los libelos del Partido Socialista Popular (comunista) Estos últimos, acondicionaron
paulatinamente al pueblo cubano a aceptar la violencia, más tarde generalizada
por los sectores violentos (democráticos) donde se introdujeron los castristas. La rebeldía generalizada y
bien dirigida desde el exterior, posibilitó el triunfo de los castrista con el
desplome de del gobierno batistiano,
tal como se ha narrado, con los fines de aceptar convertir a Cuba en otro
Gulag, copycat tropicalizado al estilo
de los primos indeseables de la después desarticulada, Europa Oriental. Tal
bodrio regurgitado motu proprio como
solución ideal, los castristas ofrecieron y lograron finalmente entregar Cuba
maniatada de pies, manos y labios, a la benemérita asociación de la "Dictadura del Proletariado"
Un rato antes, Martha agradecía el
maquillaje ligero de 'Maretha',
ligero, permanecía íntegro salvado del naufragio entre lágrimas, que habrían sido vertidas por cualquier otra
mujer u hombre que experimenta aflicción y miedo. Pero Ella, masculló en tono
desafiante y desgarrador,
—Porque le 'zumba el mango' ser echada de su propia
casa por unos cualesquiera, tan harapientos y zarrapastrosos como aquellos
beduinos de la Kashbah”
— ¿Decías amor?
—intentó decir el Presidente, suavemente, ahora a punto de sentarse en su
asiento. Ansioso de romper el hielo y conminarla a que aceptara su
circunstancia, irreversible. Pero volvió junto a ella.
—Lo sé, lo sé, mujer —asintió él
—Dije, ‘que le zumba el mango’ y nada más. Tú
sabes que tengo la lengua bien suelta.
Se expresó ella refiriéndose a los
personajes, del film homónimo 'Beau
Geste' del realizador William A. Wellman. Aunque no fueran muchas las
similitudes, con estos otros de la cáfila comunista vencedora. Una especie sui generis que se las daba de ‘rebeldes sin causa’, adormilados entre
las poses de James Dean y posteriormente, “Nino”
Bravo y convencidos de que eliminarían a todo opositor y, en especial, a
quienes mostraran disidencias. El código de “La Omerta", en toda su extensión. Claro que los cubanos yoyos y reyoyos, andaban dispersos por otros tejados del planeta Tierra.
Porque la cosa de la caída del gobierno batistiano era ya, una vox populi,
regada por la oposición y secundada por los medios ‘de que sea cualquiera menos
Batista’ Y la aseveración prendió, sobreviviendo después la hecatombe.
Ella no dejaba de contemplar el
altorrelieve y el último espacio de la nada habanera luminosa, que deseaba
atrapar entre sus pupilas azabaches y que no deseaba perder. Porque sabía,
intuía o lo que fuese, no habría un después al retorno a la grandeza y menos a
lo más añorado, la patria grande. Y así fue.
"Noli me Tangere Homo"
Antonio Allegri da Correggio (C.1495)
Presentado por,
(Cortesía, Museo del Prado, Madrid)
et wiki
|
Los motores de las aeronaves,
aunque continuaban rodando en ralentí
(baja), ronroneaban con un nivel de ruido todavía soportable para quienes
permanecían en el exterior; mas, si estaban cerca de las máquinas y eran varios
los DC de pasajeros. Algunas de las naves solicitadas a Panam, para quizás, no
cobrar nunca. Eran los salvavidas alados dispuestos por Mariano Faget. No en
balde, le precedía, el orgullo de la captura durante la “II Guerra Mundial’ del
espía alemán de nombre, Heinz Augusto Lansing "aka, Luning", porque del segundo espía, aka “Blackman”, nunca se
supo más. Ambos, se decía, actuaban desde La Habana.
El primero sí,
mientras que el segundo no, por su oficio de domador de circo, itinerante. A
este Luning, agente nazista, se le adjudicaban ser responsable del hundimiento
de una decena de barcos cubanos y aliados, por un submarino (U-Boat)
alemán que rondaba aguas del Atlántico y del Caribe. Este agente, radiaba sus
mensajes cifrados desde un punto situado en las cercanías del puerto de La
Habana, alertando al submarino en cuestión, de los movimientos marinos de la
zona. Dicho U-Boat fue hundido a su vez por un caza-submarinos cubano. Batista y Faget, ganaron buena fama en este lance.
Ella miró en dirección donde debía
estar este oficial, su ‘soldado fiel’
según repetía su esposo el Presidente. Pero nada se derramó ni captó su
atención desde esa esquina en penumbras. Nany, su indispensable sirvienta de
confianza le había ajustado el cocotte a la cabeza, a expensas de la cabellera larga
y sedosa. Al parecer, Madeleine Vionnet dejó su impronta con Martha cuando
visitó La Habana con su colección de vestidos primaverales. Aquello fue un
derroche de lujos, sorpresas y colores. De ahí el coupé para el invierno próximo, en exclusiva, hecho con sus propias
su manos. Nadie, ni siquiera el esposo, sabia de los pensamientos que cruzaban
por la mente de Martha. Nada
sorprendente, lúcida en medio de aquel maremágnum, que les atrapó. ¿Suerte?
¿Destino? ¿Castigo? ¿Miedo?
Quizás fue resultado de todos esos
factores virtuales y espirituales, en conjunto. Porque la suerte inexorable
estaba echada desde que se unieron en matrimonio, como una moneda lanzada al
aire, a cara o cruz. Y el destino, el futuro que todos ansían saber; el castigo
daría igual si se es un campesino, obrero o alguien congelado en las cumbres
borrascosas del Aconcagua, el coloso argentino. Lo que sí la embargaba para
asombros de todos, impregnándoles todas
las fibras del cuerpo, era el miedo. A veces sazonado con terror. Sensaciones
casi animal, inexplicable siempre para quienes detentan el poder económico,
religioso, político, militar o científico de entre los más preclaros capitanes
rebosantes de fama, genio o distinción. Una incertidumbre que aprisionaba a todos
para el ‘saque de cuentas, comparativo’
Cada uno de los fugitivos
experimentaba estar ante alguna sucursal divina anclada en la tierra generosa,
pero ya zaherida por los dardos de sus hijos. Inmersos en trifulcas
levantiscas. Ella, parada allí solemne, se había levantado el velo negro de tul
moteado y fumaba un cigarrillo de tabaco rubio sazonado con miel. Una mezcla
especial de los novedosos y largos pitillos con filtro de carbón y fibras, una
promesa cumplida por la ‘Morris’, de
los confeccionados en especial para ella y otras damas selectas; las suaves y
leonas firmes “Damas de Nácar” de las
que Ella, per se, como ya las habían
bautizado los cigarrillos, con una mezcla de tabaco rubio de Georgia. Estas
damas, integraban el grupo de las criaturas fieras peleadoras de su status social y patrimonios, componentes
de la jet-set de las cubana de
entonces. Algunas, las más activas, estrenadas revolucionarias como
vanguardistas en la época de la dictadura del Presidente Machado y la ‘Revolución del 1933’
Ella, por su parte exclusiva, era
la esposa del Presidente de la República de Cuba, Gral. Fulgencio Batista. Por
entonces, en ese día exacto, casi terminaba la década de los 50s, que daría
paso a la década siniestra de los 60s.
Vasija de “Las Tres Furias”
El
Presidente, en la pequeña pero discreta suite;
por tratarse de una nave militar reacondicionada para pasajeros civiles de alto
rango, quizás la más segura de todas las aparcadas en el aeropuerto de la
Ciudad Militar en el Campamento de Columbia, soportaba el frío que penetraba
por la portezuela semi abierta. Pero éste hombre, quien hasta minutos antes era
el humano más poderoso del archipiélago antillano, se sentía impotente para
dictarle a ella nada, siquiera, para que se arropara convenientemente junto a
él, en un lugar más cálido por la climatización de la nave. Sucedió que su
esposa, Martha Fernández Miranda de Batista, Primera Dama de la República de
Cuba, estaba ‘farruca’, colmada de
ira, tal si fuese una vasija helénica posesa por los espíritus legendarios de ‘Las Tres Furias’ ectónicas. Todos,
languidecían en lo que se les antojó una espera, agotadora e interminable de
los arreglos finales del operativo de evacuación, ahora en manos de uno de los
más eficientes oficiales de la Seguridad Presidencial.
El Col. Mariano
Faget, el cual con una precisión de relojero, controlaba todo el dispositivo
del denominado ‘repliegue táctico’ Lo
que realidad era una fuga 'sata', convencional. Es que se trataba, ni nada más ni
nada menos que del escape a cajas destempladas de la cúpula y cabeza del
gobierno republicano, aun con sus afeites, pero mejor sería para los
historiadores: republicano autoritario, imperante en la Isla de Cuba, desde el
10 de marzo de 1952. La cosa era ahora corría la madrugada del primero de enero
de mil novecientos cincuenta y nueve.
— ¿Y quién carajo la mueve de
allí? Porque ella es ‘tanta Martha, como
lo es ser tan terca como una mula tuerta y sorda a todo razonamiento” —murmuró
el Presidente, como si se dirigiera a su edecán cercano.
El oficial, medio que se puso en
atención y apretó su metralleta. Éste miró al Presidente, confuso, acerca de
qué diablos tenía que ver allí, una ‘mula’.
Batista, observó hacia cada uno de los lados
interiores del tubo, por si alguno de sus cercanos acompañantes había
advertido su enfado. Pero todos continuaban absortos, en Babias, mirando hacia
el techo de la nave, tal si el recubrimiento interior de la nave y sus metales
sustituyeran al cielo. Ninguno de los santeros, babalaows, chamanes, brujos,
sangomas y cuanto desatador de entuertos fueron contratados o llamados,
pudieron detener la caída del Presidente Batista. Ningún animal sacrificado,
sangre revuelta con insectos, virutas de palos sagrados o, inclusive, pastas
mágicas amasadas con excrementos de muertos, dieron resultados mágicos.
— ¡Si los nuestros fallaron,
también los mau-mau de ellos,
fallarán!
Bramó alucinada,
desde su finca urbana en Marianao, Lidia, la madrina espiritual del Presidente
Batista, quien esa noche se sometió a los últimos exorcismos. Por su complexión
sólida, pero de líneas suaves y sin dejar de mostrar un porte, andar y ademanes
mansos, ahora que la oscuridad le aplanó la soberbia.
—Y si te vas, entiéndelo bien,
‘llé-va-te to-do lo tu-yo’. Ya me lo dijeron los espíritus “… si las sangomas
de los mau-mau entran, se quedan y se
repartirán todo el botín. Y el botín ‘es
Cuba entera’ Lo que quede, de la Isla, lo destruirán hasta los
cimientos" —le apuntó Lidia.
Martha, era un figura de cabellera trigueña (brunette), alta, con los rasgos de una Medusa virgen en acecho; no
la de Tiziano sino la doncella —ya madura—, la que describió Ovidio en su
"Metamorfosis" Esa
madrugada, ella estaba entrampada al igual que el Presidente, parte de su
séquito y los indispensables bodygards. Pero ahora en su rostro, se enmarcaba
un rictus de pasión irreductible. Todo ello, a pesar de la furia que la
embargaba en aquellos momentos álgidos, sin que nada pudiera pensar y menos
hacer para detener la fuga ominosa en que se encontraba inmersa con sus
compañeros de los años azarosos, y también los plácidos.
Abajo, haciendo un semicírculo de
protección de unos 50 metros de radio, estaban desplegados efectivos armados de
los Servicios de Contra Inteligencia
Militar (SIM) Cerca de la
escalerilla de acceso, otro de los dispositivos para el bloqueo del avión, los
guardias de seguridad dispuesto por los hombres del Col. Faget, se miraban
inquietos. Algunos de aquellos efectivos y sus oficiales fumaban también,
incesantemente, con avidez que les suponía escapar del frío de aquella última
madrugada capitalina, que se ensañaba con quienes andaban por el exterior.
Entonces, en la capital
—Hermano —preguntó un mulato atlético de la guardia de
protección, a su oficial del SIM— ¿Cómo tú ves la cosa?
—Mira chico, aquí nadie sabe nada
de nada, si siquiera los que están por encima de nosotros. La “cosa”, esta ‘de tranca y de color hormiga’ Es la misma mierda que todos
preguntan. ¿Entendiste?”
—Y a mí, ¿qué me
importa que no le guste el olor a humo, a este Fulgencio de mi alma que es
mucho más que Batista?
Farfullo ella entre dientes, desde su rincón, jadeando
colérica y se bajó la trama del velo. Por unos instantes, quedó como
petrificada, de quien desconoce cuál sería su destino y el de su familia.
Por su expresión entre solemne y
enojada, parecía ser recipiente de las
furias devoradoras e implacables, esas guardianas celosas del Universo. Su
universo amado repleto de recuerdos y melancolías, que se le desvanecía por
cada instante incontrolado y del cual no deseaba moverse. Jirones de aquel
espacio ínfimo que le quedaba del terruño, reflejado en ese pedazo del tubo
metálico que era el fuselaje de la aeronave, que a ella se le antojaba "su
tierra", ya a punto de ser descuartizada por los guerrilleros.
Quizás, se sentía plasmada como una
estatua esculpida en sal y con arenas negras como las de Isla Pinos. Esa
tristeza de isla al sur de la capital y a la cual sólo se podía llegar por mar
(ferries) o aeronaves y que albergaba
la Cárcel para Varones del Presidio Modelo de máxima seguridad
del gobierno cubano, desde los tiempos del machadato, cuando fue inaugurada por
aquel presidente. El antiguo “Presidio Modelo”, que lo fue en su tiempo, cuando
sirvió también de prisión para los Castro y sus seguidores; al ser condenados
por los sucesos sangrientos del 26 de
julio de 1953, en Santiago de
Cuba, la capital de la provincia de Oriente, cuando asaltaron militarmente el
“Cuartel “Guillermón” Moncada”
Se trataba de una prisión nacional,
construida por el presidente Gral. Gerardo Machado y Morales. De la
penitenciaría, dispusieron las cortes y
administraciones posteriores de la época republicana, para albergar a
los criminales peligrosos, logreros y salteadores de caminos y democracias, no
tanto.
Comernos el
cuartel
Castro
y sus seguidores, tras el putsch
alevoso y fallido que ejecutaron en pleno carnavales, exacto en el Día de Santa Ana, el 26 de julio de
1953, contra el Cuartel "Guillermo
Moncada" en Santiago de Cuba, junto con su hermano Raúl que tomó otro
objetivo, corrió a esconderse tras el ‘sálvese
quien pueda’, en el momento exacto cuando resultó evidente que sus seguidores,
estaban carentes de su liderazgo. Los Castro y buena parte de sus
lugartenientes más cercanos; previsoramente, nunca se atrevieron a penetran en
el cuartel, tras iniciarse los combates, cuando la intentona descabellada fue
derrotada desde sus inicios. En ese día y lugar, donde los Castro lanzaron a
sus seguidores por delante, sin que ellos participaran, ambos se justificaron
aduciendo que se “habían perdido” en
la ciudad, por todos conocida. De cuya banda de asaltantes, un centenar
sucumbió, ante el intenso poder de fuego de los defensores de la plaza. Ninguno
de los Castro se atrevió a perforar el teatro de operaciones, pero tampoco en
ninguno de los otros objetivos militares y gubernamentales cercanos. La
intención desde sus inicios era mostrar una acción de fuerza y destrucción.
Porque allí, en esos mismos
tribunales que ellos asaltaron premonitorios de sus ambiciones e intenciones de
barrer con todo lo institucional; fueron juzgados con el máximo de garantías y
seguridades judiciales, atenido a los procedimientos de un juicio impecable,
bajo un sistema republicano. El defensor de los complotados en lo del Moncada,
el Dr. Aramis Taboada; fue uno de los decepcionados con la tal "revolución" y cuando protestó de
los desmanes castristas, como un ‘Babeuf
descamisado’ este abogado defensor fue colgado y ejecutado por el mismo
Castro. Tal actuar diáfano del Presidente Batista, los Castro y sus seguidores
nunca pudieron decir lo contrario, ni siquiera por ser un gobierno catalogado
por los medios y la oposición, de cualquier cosa.
Eran las garantías que les brindó
la que ellos denominaban, “dictadura
infame”, nunca admitido ente la opinión pública. Pero esos eventos ya eran
cosas de un pasado hecho irreversible para los Castro, envueltos en su eterno
halo de venganzas por sus disparates reiterados para sembrar el luto y muertes
en las familias cubanas. Algo que muy pocos cubanos advirtieron, y que dio como
resultado amargo en argumentar éstos la corrupción republicana como pretexto
valido para iniciar una guerra civil.
Ahora Batista, como
cualquier marido de vecina, había mirado a su esposa detenidamente; antes de
que ascendiera por la escalerilla del avión, extasiado como siempre y además
afligido, sin una razón aparente. Ahí, casi al pie de la escalerilla cuando aún
conversaba y daba instrucciones al Gral. Eulogio Cantillo Porras.
En ese instante, figura central del
gobierno cubano que el líder militar destronado había dejado en sus manos,
quien los escuchaba por disciplina, pero convencido de nada podría ser
ejecutado en medio de aquel desastre. Cantillo intentaba, infructuosamente,
contactar con otras figuras y líderes políticos nacionales, a fin de que lo
apoyaran en contener la situación y establecer una mediación que terminara con
el conflicto armado. Y Batista reflexionaba a la par que conversaba con su
colega, meditando que más adelante dispondría de todo el tiempo del planeta
para contar en detalle la historia de sus momentos finales como Presidente de
la República de Cuba.
De la que quizás ella, la “Martha de sus amores”, ni se interesaría
por su obcecación actual. Porque para él sería tal como rescribir como nueva,
la vieja y famosa novela biográfica de "Un sargento
llamado Batista" (1954), aquella patética reseña del último
presidente republicano, hecha caramelo y en un santiamén por el norteamericano
Edmund Chester. Es que antes, ella había subido por la escalerilla del avión
con su altivez de soberana arrebolada —que algunos admiradores consideraron
divina— hasta detenerse en el descanso inmediato a la cabina. Miraba hacia
abajo, donde el Presidente ascendería hacia ella con lentitud, después de
impartir saludos que nadie contestó y órdenes que ya nadie obedecería.
Y presintió que el ánimo irritado
de ella respondía a la perreta y a las altanerías propias de una dama hasta
ayer poderosa y a la vez, suave, y ahora defenestrada por el destino inherente
a su posesión de esposa primada. Ella, percibía un imaginario olor a sudor
acre, al trasoñar a los guerrilleros destrozando su mundo exclusivo,
encristalado, ahora a expensas de aquellas hordas de salvajes desparramados por
llanos y ciudades.
—Echada de mi casa, de mi hogar y
el de mis hijos por unos “pelandrujos”
de porquería, que nos vandalizarán Palacio y “Kukines” —musitó, con emoción entrecortada.
La Primera Dama había antecedido al
Presidente con su orgullo inventado de que él, su marido, sería el artífice que
diera los toques mágicos para detener la fuga. Había subido lentamente por la
escalerilla, seguida por Nany con el pequeño en brazos y otros dos edecanes,
quienes portaban sendas metralletas en bandoleras, colmadas de cargadores.
—Mujer, entiende que en política,
se gana y pierde
—Graciosidades tuyas Fulgencio. Las mismas,
que tendré que contarles a mis nietos. Valga, a ver si encontraré las palabras…
— ¿Y la otra etapa triunfal del
treinta y tres qué, Martha?
—Esas glorias, amado mío, te las
bailaste con la otra señora. Sí, sí, ya sé que era la primera, y que es ya
finada
Batista miró también hacia el
techo, como si fuera a enfurecerse. La diferencia es que desde hacía infinidad
de años, no frecuentaba una caballeriza. Dijo aquella vez, en las primeras
semanas de agosto del 33, cuando se vistió con uniforme de oficial del Tercio
Táctico de Caballería de Columbia, con sus pantalones abofados en los muslos y
las botas relucientes, de piel de cochino. Claro, que no era muy alto, pero sí
de piel cobriza y facciones mestizas.
—Pero recoño, así y todo, soy y
represento los timbales de la República. Soy, Fulgencio Batista y…"
No pudo terminar, ahogado en una
emoción seca, de hombre enfurecido.
Claro, que entonces, en aquellos
escaldas del machadato, portaba los galones de Sargento Mayor, porque todavía
no había podido convencer a Sergio Carbó, secretario de Gobernación del
gobierno provisional que sustituyo al de Carlos Manuel de Céspedes (hijo del
patricio), a la huida de Machado hacia Nassau, de que le aumentara el grado
militar. Porque ello le permitiría lidiar con la hosquedad y desprecio de los
oficiales de carrera, casi soliviantados desde la caída del gobierno machadista
por tener que obedecer al titulado "Sargento
Jefe de todas las Fuerzas Armadas de la República de Cuba" Un título
que todos masticaban, pero que nadie se tragaba.
— ¿Qué, qué, dices tú? —le desafió
ella, con la cabellera a punto de erizarse bajo el fieltro.
—Por favor, mujer. ¿Acabarás de
entrar al condenado avión?”
“¡Malditos mau-maus!”
Ella
se encontraba en medio de unos tipos con pedigrí de arrestados y fieles,
juramentados con el Presidente en protegerla hasta la muerte. Y se había
deslizado escalones arriba, sin desear alcanzar la portezuela que la lanzaría
al exilio, esa terrible lejanía espiritual y física. Y pensando que aquellos
guerrilleros la desposeerían a ella y a su familia de todo lo acumulado durante
años aciagos. Pero se quedó allí, tiesa.
— ¡Malditos, esos mau-maus! —les espetó
ella.
Se levantó el cuello alto del
abrigo negro de Minsk y se apartó
nuevamente la trama del velo. El cambiarse en el saloncillo angosto del ropero
de damas del Club de Oficiales, a la voz del Presidente ordenando la huida, el
traje sastre azul prusia a rayas tenues que ahora portaba, le había sido un
tormento. Echó una mirada a los resplandores de la ciudad lejana a su alrededor
la cual, como siempre era La Habana; refulgente entre las primeras urbes de
América. En muy poco tiempo, la desidia de los vencedores la convertirían,
minuciosamente, en un inmenso basurero. Luego quedó inmóvil. Pareció que
con ella, el tiempo se había detenido e igualado sobre un lecho de pesares, que
todo aquello era un sueño irretornable, de cuya pérdida, todos sus amigos y
seguidores les culparían.
Ahora, desde el interior de la nave
se destacó la figura robusta del Presidente, quien le insistía y le hizo un
gesto suave, un nuevo llamado para que entrara. Pero ella no quería ni ver ni
oír nada y aspiró profundo. Estaba convencida: sería la última vez en
deleitarse con el aroma de la floresta natal, ahora impregnada de rocíos
humectantes. Presintió el pavoroso rugido letal de la horda guerrillera proveniente
de las montañas y selvas, y también que el paisaje amado sería despedazado y
pulverizado, por la gula atroz de los vencedores.
Era lo usual a inherente a la falta
de "clase" en los comunistas. Igual actuaron en Rusia y en sus Animal
Farms sembradas detrás la Cortina de Hierro, en todos los territorios y países.
Ello, finalizada la IIGM, cuando los rusos se apoderaron de Europa Oriental.
Pero ella estaba a punto de explotar para desahogarse, e hizo con la barbilla
un gesto maquinal, casi imperceptible al Presidente, para que éste se le
acercara.
— ¿Cuántos te di, Batista?
— ¿Cuántos qué, mujer?
—Hijos. Y no me digas que no lo
sabes
—Es que no quiero que nos
olvidemos. Porque el trecho que nos queda, es largo, muy largo.
—Lo sé —asintió él—. Pero descuida,
porque tenemos algún menudo para el viaje.
Ella le había
murmurado a quemarropa, inquisidora, casi con la mandíbula cerrada, inmediato
que lo tuvo a su lado bajo la mirada escrutadora de los pasajeros. Cada palabra
lucia inconexa con el mundo real de ese momento, pero todas llenas de reproches
suplicantes. Todavía la ‘Leica’ de
120 le colgaba de su mano izquierda, enguantada con fina cabritilla negra. La
tarde anterior, había accionado el aparato con una furia indiscriminada, sin
importarle si las tomas saliesen bien o mal. Y Julia, la dama de compañía, su
entrañable amiga del bachillerato, debió recargarla varias veces la máquina.
Quería llevarse rastros de aquella
tragedia cotidiana. Deseaba quitarse un zapato y taconearle los sesos al primer
cabrón comunista que tuviera a mano, pero se contuvo. Pero eso sucedió después,
porque allá. Abajo, el Presidente continuaba charlas con Mariano Faget y otros de
sus defensores fieles.
—Yo no puedo caer en esas cosas
—trinó en su interior.
A ella le impulsaba la ansiedad de
escuchar las detonaciones y ver los fogonazos de las parabellum tremoladas por
los amigos y seguidores de su esposo. Como cuando el asalto de comandos
universitarios el 13 de marzo de 1957 al Palacio Presidencial por parte de
estudiantes universitarios y otros opositores. Los disparos que esperó de
aquellos guapetones y que nunca se sucedieron, menos ahora, suavizados por el
buen vivir pero ansiosos porque no se acababa de producir la dichosa hora del
arranque.
—Creo que Masferrer era el único
con suficientes coxon... para detener en
seco a esos pelu'os de mierda.
Le puntualizó ella al
Presidente la tarde anterior, inusualmente zafia, en ocasión de tomar el café
vespertino.
—Y ni tú, ni el Francisco Tabernilla ese, con
su título de Jefe del Estado Mayor Conjunto
La Belle Époque
—Tú y sólo tú, y no
estoy cantando la ranchera eeeh, eres responsable de las vacilaciones del Jefe
del Ejército y tus generales —le sentenció en tono lóbrego—: Ni su hijito, tu
"mano derecha" como dices; ése "Silito" que bien se las baila, fueron quienes le impidieron a
él, a Masferrer y a Rafael Díaz-Balart, subir a la Sierra Maestra con sus
"tigres", para cazar a esos dos tipejos. Rolando se los hubiera
bailado en "menos de lo que pestañea
un mosquito”
—Tranquila, mujer, ya todo eso
pasó. Y modérate, por favor —la regañó el Presidente, acentuando sus palabras con
un gesto.
Los líderes batistianos, como todos
los de un bando y con sus razones buenas o malas habían, soltado interminables
tremoles sobre su decisión a 'sucumbir
antes que fugarse' Los aspavientos simples de cada derrotado. Pero en ese
momento, mostraron no desear un fin numantino y sí, un retiro apacible,
playero, tal como hicieron quienes les antecedieron.
Salvo el primer ex presidente
auténtico, anterior al derrocado Dr. Carlos Prío Socarrás “El Cordial”; el sorprendente Dr. Ramón Grau San Martín "El Divino Galimatías" como le
chiqueaban sus seguidores; casi todos de alguna forma pensaba en huir. A Grau,
a quien nunca nadie, ni siquiera los castristas comunistas lograron sacarlo de
su residencia —la que él llamaba su "Choza"—
en la 5ta. Avenida del exclusivo barrio de Miramar, en La Habana, el
desbarajuste final de la asonada militar batistiana, le sonaba a campanas
celestiales, arguyó sarcástico,
—Se lo dije en infinidad de
ocasiones a él y a sus mensajeros, y después al Doctor Prío, para no estar de 'correveidile' —apunto Grau—:
«Fulgencito no metas la mano en el Asunto Cubano.
I mira en la estamos ahora, 'comiendo de
lo que pica el pollo'»”
A todos los fugitivos les apremiaba
estar lo más lejos posible de aquella isla en llamas, a la que Enrico Caruso el
mismo que escapó del terremoto de San Francisco de 1906 y que estando de gira
en Cuba denominó "...questo paese di
merda" (este país de mierda), el día que estrenando "Aida" en el Teatro Nacional, explotó
la bomba en las inmediaciones del teatro. Fue mientras corrían los tiempos del
presidente Mario García Menocal y los oposicionistas al gobierno de "El Mayoral", tuvieron la gentileza
de detonar el artefacto explosivo, sólo ruidoso, en las cercanías del teatro.
Arcángel batiendo
al demonio
Fue
mientras corrían los tiempos del presidente Mario García Menocal y los
oposicionistas al gobierno de "El
Mayoral", tuvieron la gentileza de detonar el artefacto explosivo,
sólo ruidoso, en las cercanías del teatro. Batista se le acercó a Martha, la
miró condescendiente y trató de comprenderla, haciendo un gesto de quien está
confundido sobre qué hacer en momentos tan cruciales. Es que los nervios de
todos, sin excepción, estaban tensados al máximo.
—Te pregunto, que ¿cuántos, cuánto...ojos
hijos te di, Fulgencito?
Insistió ella, como
alucinada con aquello que no comprende; enfatizando las palabras ante el
asombro de los pasajeros más cercanos a la portezuela de la nave. Atónitos.
Nany, que cargaba al pequeño, abrió
los ojos desmesuradamente. "Oh, mi
pobre señora", se lamentó en silencio y comenzó a temblar.
—Es que ella, se calza espuelas del
quince
El murmullo una
pasajera a su esposo, uno de los ex ministros sobrecogido de miedo, encajado
entre orines que le navegaban por el fondo de su asiento. El Presidente miró a
Martha, anonadado, sorprendido de aquel arranque, alejado de la realidad. Pero
el más asombrado fue un sobrecargo, el cual se juró interiormente nunca
recordarse de esas frases. Se sabía al dedillo la regla principal de los
clanes: "… todo lo dicho o hecho por
la familia real, es secreto de estado"
A pesar del disparo a quemarropa,
Batista movió la cabeza con aire benevolente, apenado con los testigos
presentes. Pero había comprendido el excitante significado de la pregunta.
"Es maravillosa. Así de magnífica e inesperada, siempre", se
reconfortó en sus reflexiones y sonrió, mirando a su entorno, pero aquello le
terminó en una mueca.
Todas las miradas
apuntaban a cualquier lado. Nadie quería haber visto ni oído. Tampoco era esa
la pregunta que ella deseaba hacerle, ni de la cual esperaría una respuesta
pública de su marido. Sin embargo, sí sabía lo que pensaba la faz del otro, no
su Presidente, sino la del compañero de vicisitudes. Después volvió la vista
hacia la ciudad que se le desvanecía en escape y exhaló un suspiro. El
Presidente, se acercó amable a la portezuela y la asió suavemente por el codo,
—Vamos, mujer, tenemos
responsabilidades con toda esta gente, fueron nuestros colaboradores hasta el
día de hoy.
— ¡Noli me tangere, Homo! (No me
toques, hombre)
Exclamó Martha, acordándose del
pasaje bíblico, aunque a la inversa.
Pero ella atemperó la frase envuelta en un bisbiseó con los dientes
unidos, para que salvo él y ningún otro, entendiera. Después miró fijo la mano
que la asía y se soltó haciendo un gesto discreto. Estaba furiosa como una
guajira ariqueña con la "punz’á de
Pascuas". Era la segunda vez que él le escuchó la frase.
— ¿Por qué no quieres que te toque,
mujer? —murmuró Batista, inquieto, ahora un tanto confuso y poniendo un acento
fuerte en la última palabra. Y la miró profundo.
—Porque perdiste, hombre, ¡perdiste…e!
Y mi marido Batista, entiendes Fulgencio, mi "ma…ri…do" nunca perdió
y no debió perder tampoco ahora. Al menos, tus enemigos de antes eran educados
y no los astrosos de hoy, esos barbudos de ahora, llenos de pestes al igual que
sus mujeres 'soldaderas'. Es deprimente, Fulgencio —repostó ella, deletreando cada sílaba,
escrutándolo.
Quizás en espera de que éste le
propinara un buen jaquimazo, por su desafío; aunque fuera simbólico. Pero él
nunca lo habría hecho, y menos ahora, que estaban "en baja"
—No, señora. No es así como usted
dice. Simplemente, la suerte no nos favoreció
en el juego —enfatizó el
Presidente, pausado, en tono irónico
El retranquero
del chucho
También,
incontenible, hizo un rictus de amargura filipina, como cuando era solamente un
mandadero en el cuartel de la Guardia Rural del pueblecito de Banes. Las
palabras eran códices secretos entre marido y mujer. Después vino lo de ser
retranquero en el chucho del central
azucarero la línea del ferrocarril y su alistamiento, hasta llegar convertirse
en ‘Sargento Taqui-Mecanógrafo del Estado
Mayor del Ejército’, radicado en La Habana. Por último vino lo del complot
de Columbia, en medio de la Revolución del 33 y de ahí al ser el “Hombre Fuerte de Cuba”, en calidad del
ascenso que ganó con un nombre insólito: Sargento Jefe de todas las Fuerzas
Armadas de Cuba; durante la Revolución del 33; hasta culminar como Presidente
de la República entre 1940 a 1944, su etapa democrática.
Ella suavizó la expresión sombría
por el alelamiento, tal como siempre le sucedía cuando lo enfrentaba. Y convino
sorpresas con él en una pícara mirada de amada seductora y tibia, además de
insinuante, alejada de luctuosidades y compromisos con el resto de quienes le
rodeaban. Se sentía como si estuviera caminando en babuchas por el centro de un
pasillo cálido, interminable. Es que le fue difícil y tortuoso, aunque
inolvidable, el trecho recorrido con el "Mulato Lindo", como le apodaban las damas encopetadas de la
high life. Pero tal sucedió cuando era el "Hombre Fuerte" de Cuba,
allá por 1933, cuando ambos no se conocían aun.
Porque él fue exitoso en
estabilizar la república —tras el vendaval que sopló en 1933—, reactivó la
democracia, logró que se aprobara la nueva Constitución de 1940 y que,
finalmente, cerrara con un broche aceptable para la ciudadanía, ser elegido
como Presidente de la República de Cuba en 1940. Y la fiesta les duró durante
los siguientes cuatro años, sin posibilidades legales de reelección, porque la
nueva “Constitución
del 40” lo prohibía por el voto popular y no por los sables y
bayonetas. Sobre las cuales los castristas no dudaron sentarse, incómodos,
durante más de los 58 años siguientes.
—Quizás fue una larga aventura,
como las de Sagan —comentó Batista, como adivinando el tono que la consolaría.
Era verdad. Los últimos fueron 7
largos años entre sustos y pocas diversiones, mientras se bamboleaban en la
cima de un poder tildado de autoritario, no absoluto ni totalitario como el de
su predecesor Fidel Castro, y del peligro siempre presente ante sus enemigos.
Adulados y consentidos por una sociedad que casi los evadía, y que siempre los
dejó, al menos virtualmente, en la puerta de entrada de los salones. Y que
también les codeaba de manera formal por ser considerados "gente sin mucha clase", a pesar que
fueran los guardianes feroces, los Cerbero singulares de sus riquezas, como los
‘Inferi Dii de Hades’
—“Sí, muy bello y excitante el
trayecto —rezongó ella, tiritando, sarcasmos—, pero ¡coño!, me lo hiciste
caminar con esos tacones altos del poder, tipo lápiz “Mikado número dos”; y con el jodido corazón en la punta de la
lengua. Y todo, por nuestra seguridad y la de los niños. ¿Valió la pena, dime,
Fulgencio?”
— ¿Decías, querida? —indagó él
pacíficamente, a pesar del tono gutural, como haciéndose el sueco.
—No me hagas caso, Fulgencio. Son
naderías de mujeres —arguyó ella, conciliadora, tratando de bajar el tono
álgido hacia lo conciliador.
—Tranquila, mujer, que no son
muchas las veces que hago de “movie star”
Sólo que en esta, con los “mau-mau”,
no me fue taquillera como la del treinta y tres” —confesó el Presidente,
frívolo, susurrándole quedo al oído pero con un marcado tono displicente.
Ella, finalmente determinó sentarse
y él se deleitó nuevamente al sentir el aroma esparcido por Martha al dejar su
lado. Ella se alejó, rozándole adrede el brazo con sus pechos de una firmeza
sorprendente; seductora; supuestos tan tensos como los virtuales de la "Kiki de Montparnasse", la super
modelo del "Le Violon d'Ingres"
Rauda, caminó rumbo a su asiento, envuelta en perfumes y la mirada de sus
adoradores.
— ¿Le Panthère de Cartier? —le había preguntado él, enfebrecido,
cuando ella le requirió hacia la portezuela de la aeronave.
— Non, cherry, Chanel numeró cinq —le aclaró ella, en la cúspide su
coquetería, como si estuvieran solos en su recámara de Palacio.
—Definitivamente estoy en baja. No
pongo una, ni en la charada de Castillo, discurrió Batista, con su mejor
tonalidad interior, pero con aire casi lúgubre.
Nadie movió ni un sólo músculo o
pelo, cuando advirtieron el "pase"
de la pareja presidencial. Todos, habían sido testigos excepcionales de una
intimidad inconcebible, entre quienes siempre se habían mantenido intocables, a
la altura y distancia de las pompas, circunstancias… y cotilleos palaciegos.
—No, no, no fue así tan sencillo
—dijo Martha, estampando en su rostro un gesto de intención acentuada de quien
vuela con intenciones de remontar la artillería gruesa.
—Deja que salgamos de todo esto.
Iremos a Daytona, Venezuela, quizás lleguemos a la Quisqueya de Trujillo o a
España —le advirtió Batista, abriéndole los ojos, insinuante.
Ella ni suspiró. Recordó los años
felices.
—Mejor, dejemos por ahora estas
frivolidades —apuntó ella, como un cerrojo presto a trancarse por siempre, pero
suave como un aguamanil repleto de rosas.
De las viajeras, la Primera Dama
era la única que no mostraba los ojos llorosos. Le aguijoneaba la impotencia,
no el miedo. Pareció tal si desde que decidió unirse a Batista, estaba
preparada para momentos tan amargos y los muchos otros de sensualidades
impronunciables. Cuando finalmente se acomodó, experimentó una serenidad
inexplicable. Como si el frágil metal del fuselaje, se hubiera tornado coraza
inexpugnable que la salvaría de todo peligro, a ella y al pequeño, desmadejado
con indiferencia en brazos de Nany. Ya no le importaba que la oyeran o la
miraran. Por unos instantes experimentó la sensación apacible de sentir que la
tensión acumulada en las últimas semanas había desaparecido. Ella, representó
siempre un soporte espiritual para el régimen, frente a los enemigos del
gobierno y, como ella misma acentuaba:
—...de mi mismíiii...simo marido
Fue entonces cuando Martha
Fernández Miranda de Batista, esposa del Presidente, compuso su expresión. Y
sonrió sorpresivamente, con tanta dulzura como astucia; tal la más sugerente de
las “Gattamelata” (Gatas Melosas) de Erasmo,
tal correspondía a la clase y categoría a todas las Primeras Damas de la República de Cuba,
acentuar, las de antaño.
Con la partida de la pareja
presidencial, especialmente por ella, finalizaba la época esplendorosa de las “Damas de Nácar” De aquellas genuinas,
anacaradas y deliciosas damas de entonces. No las lastimosas imágenes de gente
de vulgaridad chabacana, mugrienta, semi desnudas, oculta, sin rostro de las
alevines de aguas turbias socialistas. Aquellas entidades sucedidas con
fanfarrias subsónicas, troqueladas idénticas a las de los después fracasados
"Hombres y
Mujeres Nuevos", lastimosamente enchumbados en la
mojigatería guevarista.
—Porque hasta para ser chabacanos
hay que 'ser' y 'tener' al menos, algo, aunque sea una pizca de clase, no como esta
gentuza de orillas —farfulló Martha, con la mirada fiera clavada en su marido.
Y su mirada chocó con la de éste, quien la observaba cauto, de reojo.
—Lacho, cuida'o —murmuró Batista,
casi entre dientes, como si quisiera llamar la atención de San Lázaro—, parece
que a la guajira le volvió a dar, la "punza’e" Pascua"
La saga continúa.
©Lionel Lejardi.
Diciembre, 2011
lejardil@bellsouth.net
Legacy Press
Addendum
(*) “Inferi
Dii”, en la mitología romana son los dioses que habitan en el inframundo de
los muertos. Hades es ‘el señor,
dueño de ese inframundo’
Serás
bienvenido a mis blogs alternos,
EDC-6806/Pag.23/23
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