martes, 20 de febrero de 2018

6 Martha exclamó, “¡Noli me tangere, homo!" vi/vii*

6 Martha exclamó, “¡Noli me tangere, homo!"
vi/vii
(De la Miniserie, "Fulgencio y Martha")
Se cumplen 59 años de dictadura comunista en Cuba
(En construcción)

 “La Dictadura del Proletariado,
es devoción fetichista por un Líder,
impuesta por un Partido Comunista
como un estado alterado de la sociedad
 en el que el ciudadano es un individual
aterrorizado, de expresar sus pensamientos.
Donde los hijos denuncian a sus padres a la policía;
 un estado alucinante que no debe perdurar.
Ver que en las democracias, a veces, es obligación
inclinarse con respeto ante la opinión de los demás”
Winston Churchill (edi.)
                              
"Un Asunto Cubano"

Fin de La Belle Époque para las “Damas de Nácar

Martha per se, una Dama de Nácar
Ella, quedó laxa, detenida en el descanso de la escalerilla del avión, pero Batista continuó cercano a ella, a menos de un metro. Un sobrecargo trajo una manta pero ella lo rechazó, amablemente. Martha, la mujer del coupé negro al estilo ‘Vionnet’, permanecía allí parada y recostada a la baranda en el descanso alto de acceso a la aeronave. Desde joven, había estado prendada de los ‘fascinators’  (sombreros para el cocktail) Pero sin nada de extravagancias de los años 50s. Estaba a merced de la tenue brisa invernal que se deslizaba suave, sin batir. Pero que a ella le hacía sentir el frío hasta en la planta de los pies. Ni ella misma sabía la razón interior de no haber aceptado la invitación del Presidente y del jefe de la escolta, para tomar asiento junto a su esposo el depuesto, Gral. Fulgencio Batista.

 Con el arribo a La Habana, capital de Cuba, de las tropas conjuntas de combatientes irregulares oposicionistas; vencedoras con el derrumbe del gobierno batistiano a inicios de enero de 1959, todo cambió para los ciudadanos cubanos integrantes del pueblo llano, de manera paradójica, al incluir de inmediato a quienes de alguna forma, habían combatido en montañas y llanos contra un gobierno que estimaron opresor.

            El esquema o dicotomía virtual entre el 'gobierno opresor’ de Batista (1952-1959) que lo era finalmente para muchos (una mayoría de los mismos después engañados por los Castro); curiosamente; y por causa de que que los cubanos recién emergían de un gobierno popular y constitucional (“democrático”) de Batista (1940-1944) con sus aes y sus bes defectibles y un doble bañó democrático (los últimos de la etapa republicana) de los gobiernos ‘auténticos’ de Grau (1944-1948) y de Prío (1948-1952); el coup d’État Batista vs. Prío, totalmente infundado e improcedente, devino en la catástrofe del gobierno totalitario y comunista de los Castro, perdurable ya por más de seis décadas.

No resulto paradójico, sin embargo, que en aquel país, rebosante de libertades durante una etapa democrática, una parte sustancial de la ciudadanía recibió el madrugonazo batistiano, con cierta quietud y sorpresa impresionantes. Sucedió que según las crónicas vividas y así descrito por los contemporáneos de esa etapa; se encontraron que los ciudadanos todos, criticaban, condenaban, escribían, protestaban, se reunían opinaban contra el gobierno, entraban y salían de Cuba sin trabas, en síntesis, que para cualquier observador, cada uno hacia lo que le diera sus reales ganas y florecía la libre empresa y la libertad de expresión oposicionista. Por los hechos históricos de violencia conocidos las relaciones gobierno-ciudadanía avanzó hacia un abismo irretornable.

 Solo que este panorama se mostraba gracias a una bien concertada propaganda oposicionista de los medios nacionales, democráticos y liberales (incluyendo los libelos del Partido Socialista Popular (comunista) Estos últimos, acondicionaron paulatinamente al pueblo cubano a aceptar la violencia, más tarde generalizada por los sectores violentos (democráticos) donde se introdujeron los castristas. La rebeldía generalizada y bien dirigida desde el exterior, posibilitó el triunfo de los castrista con el desplome de del gobierno batistiano, tal como se ha narrado, con los fines de aceptar convertir a Cuba en otro Gulag, copycat tropicalizado al estilo de los primos indeseables de la después desarticulada, Europa Oriental. Tal bodrio regurgitado motu proprio como solución ideal, los castristas ofrecieron y lograron finalmente entregar Cuba maniatada de pies, manos y labios, a la benemérita asociación de la "Dictadura del Proletariado"

            Un rato antes, Martha agradecía el maquillaje ligero de 'Maretha', ligero, permanecía íntegro salvado del naufragio entre lágrimas,  que habrían sido vertidas por cualquier otra mujer u hombre que experimenta aflicción y miedo. Pero Ella, masculló en tono desafiante y desgarrador,

 —Porque le 'zumba el mango' ser echada de su propia casa por unos cualesquiera, tan harapientos y zarrapastrosos como aquellos beduinos de la Kashbah

 — ¿Decías amor? —intentó decir el Presidente, suavemente, ahora a punto de sentarse en su asiento. Ansioso de romper el hielo y conminarla a que aceptara su circunstancia, irreversible. Pero volvió junto a ella.

         —Lo sé, lo sé, mujer —asintió él

 —Dije, ‘que le zumba el mango’ y nada más. Tú sabes que tengo la lengua bien suelta.
         
            Se expresó ella refiriéndose a los personajes, del film homónimo 'Beau Geste' del realizador William A. Wellman. Aunque no fueran muchas las similitudes, con estos otros de la cáfila comunista vencedora. Una especie sui generis que se las daba de ‘rebeldes sin causa’, adormilados entre las poses de James Dean y posteriormente, “Nino” Bravo y convencidos de que eliminarían a todo opositor y, en especial, a quienes mostraran disidencias. El código de “La Omerta", en toda su extensión. Claro que los cubanos yoyos y reyoyos, andaban dispersos por otros tejados del planeta Tierra. Porque la cosa de la caída del gobierno batistiano era ya, una vox populi, regada por la oposición y secundada por los medios ‘de que sea cualquiera menos Batista’ Y la aseveración prendió, sobreviviendo después la hecatombe.

             Ella no dejaba de contemplar el altorrelieve y el último espacio de la nada habanera luminosa, que deseaba atrapar entre sus pupilas azabaches y que no deseaba perder. Porque sabía, intuía o lo que fuese, no habría un después al retorno a la grandeza y menos a lo más añorado, la patria grande. Y así fue.
"Noli me Tangere Homo"
Antonio Allegri da Correggio (C.1495)
Presentado por,
(Cortesía, Museo del Prado, Madrid)
et wiki


          Los motores de las aeronaves, aunque continuaban rodando en ralentí (baja), ronroneaban con un nivel de ruido todavía soportable para quienes permanecían en el exterior; mas, si estaban cerca de las máquinas y eran varios los DC de pasajeros. Algunas de las naves solicitadas a Panam, para quizás, no cobrar nunca. Eran los salvavidas alados dispuestos por Mariano Faget. No en balde, le precedía, el orgullo de la captura durante la “II Guerra Mundial’ del espía alemán de nombre, Heinz Augusto Lansing "aka, Luning", porque del segundo espía, aka “Blackman”, nunca se supo más. Ambos, se decía, actuaban desde La Habana.

 El primero sí, mientras que el segundo no, por su oficio de domador de circo, itinerante. A este Luning, agente nazista, se le adjudicaban ser responsable del hundimiento de una decena de barcos cubanos y aliados, por un submarino (U-Boat) alemán que rondaba aguas del Atlántico y del Caribe. Este agente, radiaba sus mensajes cifrados desde un punto situado en las cercanías del puerto de La Habana, alertando al submarino en cuestión, de los movimientos marinos de la zona. Dicho U-Boat fue hundido a su vez por un caza-submarinos cubano. Batista y Faget, ganaron buena fama en este lance.

            Ella miró en dirección donde debía estar este oficial, su ‘soldado fiel’ según repetía su esposo el Presidente. Pero nada se derramó ni captó su atención desde esa esquina en penumbras. Nany, su indispensable sirvienta de confianza le había ajustado el cocotte  a la cabeza, a expensas de la cabellera larga y sedosa. Al parecer, Madeleine Vionnet dejó su impronta con Martha cuando visitó La Habana con su colección de vestidos primaverales. Aquello fue un derroche de lujos, sorpresas y colores. De ahí el coupé para el invierno próximo, en exclusiva, hecho con sus propias su manos. Nadie, ni siquiera el esposo, sabia de los pensamientos que cruzaban por la mente de Martha.  Nada sorprendente, lúcida en medio de  aquel maremágnum, que les atrapó. ¿Suerte? ¿Destino? ¿Castigo? ¿Miedo?

            Quizás fue resultado de todos esos factores virtuales y espirituales, en conjunto. Porque la suerte inexorable estaba echada desde que se unieron en matrimonio, como una moneda lanzada al aire, a cara o cruz. Y el destino, el futuro que todos ansían saber; el castigo daría igual si se es un campesino, obrero o alguien congelado en las cumbres borrascosas del Aconcagua, el coloso argentino. Lo que sí la embargaba para asombros de todos,  impregnándoles todas las fibras del cuerpo, era el miedo. A veces sazonado con terror. Sensaciones casi animal, inexplicable siempre para quienes detentan el poder económico, religioso, político, militar o científico de entre los más preclaros capitanes rebosantes de fama, genio o distinción. Una incertidumbre que aprisionaba a todos para el ‘saque de cuentas, comparativo’

            Cada uno de los fugitivos experimentaba estar ante alguna sucursal divina anclada en la tierra generosa, pero ya zaherida por los dardos de sus hijos. Inmersos en trifulcas levantiscas. Ella, parada allí solemne, se había levantado el velo negro de tul moteado y fumaba un cigarrillo de tabaco rubio sazonado con miel. Una mezcla especial de los novedosos y largos pitillos con filtro de carbón y fibras, una promesa cumplida por la ‘Morris’, de los confeccionados en especial para ella y otras damas selectas; las suaves y leonas firmes “Damas de Nácar” de las que Ella, per se, como ya las habían bautizado los cigarrillos, con una mezcla de tabaco rubio de Georgia. Estas damas, integraban el grupo de las criaturas fieras peleadoras de su status social y patrimonios, componentes de la jet-set de las cubana de entonces. Algunas, las más activas, estrenadas revolucionarias como vanguardistas en la época de la dictadura del Presidente Machado y la ‘Revolución del 1933’

            Ella, por su parte exclusiva, era la esposa del Presidente de la República de Cuba, Gral. Fulgencio Batista. Por entonces, en ese día exacto, casi terminaba la década de los 50s, que daría paso a la década siniestra de los 60s.

Vasija de “Las Tres Furias
El Presidente, en la pequeña pero discreta suite; por tratarse de una nave militar reacondicionada para pasajeros civiles de alto rango, quizás la más segura de todas las aparcadas en el aeropuerto de la Ciudad Militar en el Campamento de Columbia, soportaba el frío que penetraba por la portezuela semi abierta. Pero éste hombre, quien hasta minutos antes era el humano más poderoso del archipiélago antillano, se sentía impotente para dictarle a ella nada, siquiera, para que se arropara convenientemente junto a él, en un lugar más cálido por la climatización de la nave. Sucedió que su esposa, Martha Fernández Miranda de Batista, Primera Dama de la República de Cuba, estaba ‘farruca’, colmada de ira, tal si fuese una vasija helénica posesa por los espíritus legendarios de ‘Las Tres Furias’ ectónicas. Todos, languidecían en lo que se les antojó una espera, agotadora e interminable de los arreglos finales del operativo de evacuación, ahora en manos de uno de los más eficientes oficiales de la Seguridad Presidencial.

 El Col. Mariano Faget, el cual con una precisión de relojero, controlaba todo el dispositivo del denominado ‘repliegue táctico’ Lo que realidad era una fuga 'sata', convencional. Es que se trataba, ni nada más ni nada menos que del escape a cajas destempladas de la cúpula y cabeza del gobierno republicano, aun con sus afeites, pero mejor sería para los historiadores: republicano autoritario, imperante en la Isla de Cuba, desde el 10 de marzo de 1952. La cosa era ahora corría la madrugada del primero de enero de mil novecientos cincuenta y nueve.

            — ¿Y quién carajo la mueve de allí?  Porque ella es ‘tanta Martha, como lo es ser tan terca como una mula tuerta y sorda a todo razonamiento” —murmuró el Presidente, como si se dirigiera a su edecán cercano.

            El oficial, medio que se puso en atención y apretó su metralleta. Éste miró al Presidente, confuso, acerca de qué diablos tenía que ver allí, una ‘mula’. Batista, observó hacia cada uno de los lados  interiores del tubo, por si alguno de sus cercanos acompañantes había advertido su enfado. Pero todos continuaban absortos, en Babias, mirando hacia el techo de la nave, tal si el recubrimiento interior de la nave y sus metales sustituyeran al cielo. Ninguno de los santeros, babalaows, chamanes, brujos, sangomas y cuanto desatador de entuertos fueron contratados o llamados, pudieron detener la caída del Presidente Batista. Ningún animal sacrificado, sangre revuelta con insectos, virutas de palos sagrados o, inclusive, pastas mágicas amasadas con excrementos de muertos, dieron resultados mágicos.

            — ¡Si los nuestros fallaron, también los mau-mau de ellos, fallarán!

 Bramó alucinada, desde su finca urbana en Marianao, Lidia, la madrina espiritual del Presidente Batista, quien esa noche se sometió a los últimos exorcismos. Por su complexión sólida, pero de líneas suaves y sin dejar de mostrar un porte, andar y ademanes mansos, ahora que la oscuridad le aplanó la soberbia.

            —Y si te vas, entiéndelo bien, ‘llé-va-te to-do lo tu-yo’. Ya me lo dijeron los espíritus “… si las sangomas de los mau-mau entran, se quedan y se repartirán todo el botín. Y el botín ‘es Cuba entera’ Lo que quede, de la Isla, lo destruirán hasta los cimientos" —le apuntó Lidia.

            Martha, era un figura de cabellera trigueña (brunette), alta, con los rasgos de una Medusa virgen en acecho; no la de Tiziano sino la doncella —ya madura—, la que describió Ovidio en su "Metamorfosis" Esa madrugada, ella estaba entrampada al igual que el Presidente, parte de su séquito y los indispensables bodygards. Pero ahora en su rostro, se enmarcaba un rictus de pasión irreductible. Todo ello, a pesar de la furia que la embargaba en aquellos momentos álgidos, sin que nada pudiera pensar y menos hacer para detener la fuga ominosa en que se encontraba inmersa con sus compañeros de los años azarosos, y también los plácidos.

            Abajo, haciendo un semicírculo de protección de unos 50 metros de radio, estaban desplegados efectivos armados de los Servicios de Contra Inteligencia Militar (SIM)  Cerca de la escalerilla de acceso, otro de los  dispositivos para el bloqueo del avión, los guardias de seguridad dispuesto por los hombres del Col. Faget, se miraban inquietos. Algunos de aquellos efectivos y sus oficiales fumaban también, incesantemente, con avidez que les suponía escapar del frío de aquella última madrugada capitalina, que se ensañaba con quienes andaban por el exterior. Entonces, en la capital

            —Hermano  —preguntó un mulato atlético de la guardia de protección, a su oficial del SIM— ¿Cómo tú ves la cosa?

            —Mira chico, aquí nadie sabe nada de nada, si siquiera los que están por encima de nosotros. La “cosa”, esta ‘de tranca y de color hormiga’ Es la misma mierda que todos preguntan. ¿Entendiste?”

 —Y a mí, ¿qué me importa que no le guste el olor a humo, a este Fulgencio de mi alma que es mucho más que Batista?

Farfullo ella entre dientes, desde su rincón, jadeando colérica y se bajó la trama del velo. Por unos instantes, quedó como petrificada, de quien desconoce cuál sería su destino y el de su familia.

            Por su expresión entre solemne y enojada, parecía ser recipiente de  las furias devoradoras e implacables, esas guardianas celosas del Universo. Su universo amado repleto de recuerdos y melancolías, que se le desvanecía por cada instante incontrolado y del cual no deseaba moverse. Jirones de aquel espacio ínfimo que le quedaba del terruño, reflejado en ese pedazo del tubo metálico que era el fuselaje de la aeronave, que a ella se le antojaba "su tierra", ya a punto de ser descuartizada por los guerrilleros.

            Quizás, se sentía plasmada como una estatua esculpida en sal y con arenas negras como las de Isla Pinos. Esa tristeza de isla al sur de la capital y a la cual sólo se podía llegar por mar (ferries) o aeronaves y que albergaba la Cárcel para Varones  del Presidio Modelo de máxima seguridad del gobierno cubano, desde los tiempos del machadato, cuando fue inaugurada por aquel presidente. El antiguo “Presidio Modelo”, que lo fue en su tiempo, cuando sirvió también de prisión para los Castro y sus seguidores; al ser condenados por los sucesos sangrientos del 26 de  julio de  1953, en Santiago de Cuba, la capital de la provincia de Oriente, cuando asaltaron militarmente el “Cuartel “Guillermón” Moncada”

            Se trataba de una prisión nacional, construida por el presidente Gral. Gerardo Machado y Morales. De la penitenciaría, dispusieron las cortes y       administraciones posteriores de la época republicana, para albergar a los criminales peligrosos, logreros y salteadores de caminos y democracias, no tanto.

Comernos el cuartel
Castro y sus seguidores, tras el putsch alevoso y fallido que ejecutaron en pleno carnavales, exacto en el Día de Santa Ana, el 26 de julio de 1953, contra el Cuartel "Guillermo Moncada" en Santiago de Cuba, junto con su hermano Raúl que tomó otro objetivo, corrió a esconderse tras el ‘sálvese quien pueda’, en el momento exacto cuando resultó evidente que sus seguidores, estaban carentes de su liderazgo. Los Castro y buena parte de sus lugartenientes más cercanos; previsoramente, nunca se atrevieron a penetran en el cuartel, tras iniciarse los combates, cuando la intentona descabellada fue derrotada desde sus inicios. En ese día y lugar, donde los Castro lanzaron a sus seguidores por delante, sin que ellos participaran, ambos se justificaron aduciendo que se “habían perdido” en la ciudad, por todos conocida. De cuya banda de asaltantes, un centenar sucumbió, ante el intenso poder de fuego de los defensores de la plaza. Ninguno de los Castro se atrevió a perforar el teatro de operaciones, pero tampoco en ninguno de los otros objetivos militares y gubernamentales cercanos. La intención desde sus inicios era mostrar una acción de fuerza y destrucción.

            Porque allí, en esos mismos tribunales que ellos asaltaron premonitorios de sus ambiciones e intenciones de barrer con todo lo institucional; fueron juzgados con el máximo de garantías y seguridades judiciales, atenido a los procedimientos de un juicio impecable, bajo un sistema republicano. El defensor de los complotados en lo del Moncada, el Dr. Aramis Taboada; fue uno de los decepcionados con la tal "revolución" y cuando protestó de los desmanes castristas, como un ‘Babeuf descamisado’ este abogado defensor fue colgado y ejecutado por el mismo Castro. Tal actuar diáfano del Presidente Batista, los Castro y sus seguidores nunca pudieron decir lo contrario, ni siquiera por ser un gobierno catalogado por los medios y la oposición, de cualquier cosa.

            Eran las garantías que les brindó la que ellos denominaban, “dictadura infame”, nunca admitido ente la opinión pública. Pero esos eventos ya eran cosas de un pasado hecho irreversible para los Castro, envueltos en su eterno halo de venganzas por sus disparates reiterados para sembrar el luto y muertes en las familias cubanas. Algo que muy pocos cubanos advirtieron, y que dio como resultado amargo en argumentar éstos la corrupción republicana como pretexto valido para iniciar una guerra civil.

 Ahora Batista, como cualquier marido de vecina, había mirado a su esposa detenidamente; antes de que ascendiera por la escalerilla del avión, extasiado como siempre y además afligido, sin una razón aparente. Ahí, casi al pie de la escalerilla cuando aún conversaba y daba instrucciones al Gral. Eulogio Cantillo Porras.

            En ese instante, figura central del gobierno cubano que el líder militar destronado había dejado en sus manos, quien los escuchaba por disciplina, pero convencido de nada podría ser ejecutado en medio de aquel desastre. Cantillo intentaba, infructuosamente, contactar con otras figuras y líderes políticos nacionales, a fin de que lo apoyaran en contener la situación y establecer una mediación que terminara con el conflicto armado. Y Batista reflexionaba a la par que conversaba con su colega, meditando que más adelante dispondría de todo el tiempo del planeta para contar en detalle la historia de sus momentos finales como Presidente de la República de Cuba.

           De la que quizás ella, la “Martha de sus amores”, ni se interesaría por su obcecación actual. Porque para él sería tal como rescribir como nueva, la vieja y famosa novela biográfica de "Un sargento llamado Batista" (1954), aquella patética reseña del último presidente republicano, hecha caramelo y en un santiamén por el norteamericano Edmund Chester. Es que antes, ella había subido por la escalerilla del avión con su altivez de soberana arrebolada —que algunos admiradores consideraron divina— hasta detenerse en el descanso inmediato a la cabina. Miraba hacia abajo, donde el Presidente ascendería hacia ella con lentitud, después de impartir saludos que nadie contestó y órdenes que ya nadie obedecería.

            Y presintió que el ánimo irritado de ella respondía a la perreta y a las altanerías propias de una dama hasta ayer poderosa y a la vez, suave, y ahora defenestrada por el destino inherente a su posesión de esposa primada. Ella, percibía un imaginario olor a sudor acre, al trasoñar a los guerrilleros destrozando su mundo exclusivo, encristalado, ahora a expensas de aquellas hordas de salvajes desparramados por llanos y ciudades.

            —Echada de mi casa, de mi hogar y el de mis hijos por unos “pelandrujos” de porquería, que nos vandalizarán Palacio y “Kukines” —musitó, con emoción entrecortada.

            La Primera Dama había antecedido al Presidente con su orgullo inventado de que él, su marido, sería el artífice que diera los toques mágicos para detener la fuga. Había subido lentamente por la escalerilla, seguida por Nany con el pequeño en brazos y otros dos edecanes, quienes portaban sendas metralletas en bandoleras, colmadas de cargadores.

            —Mujer, entiende que en política, se gana y pierde

            —Graciosidades tuyas Fulgencio. Las mismas, que tendré que contarles a mis nietos. Valga, a ver si encontraré las palabras…

             — ¿Y la otra etapa triunfal del treinta y tres qué, Martha?

            —Esas glorias, amado mío, te las bailaste con la otra señora. Sí, sí, ya sé que era la primera, y que es ya finada

            Batista miró también hacia el techo, como si fuera a enfurecerse. La diferencia es que desde hacía infinidad de años, no frecuentaba una caballeriza. Dijo aquella vez, en las primeras semanas de agosto del 33, cuando se vistió con uniforme de oficial del Tercio Táctico de Caballería de Columbia, con sus pantalones abofados en los muslos y las botas relucientes, de piel de cochino. Claro, que no era muy alto, pero sí de piel cobriza y facciones mestizas.

            —Pero recoño, así y todo, soy y represento los timbales de la República. Soy, Fulgencio Batista y…"

            No pudo terminar, ahogado en una emoción seca, de hombre enfurecido.

            Claro, que entonces, en aquellos escaldas del machadato, portaba los galones de Sargento Mayor, porque todavía no había podido convencer a Sergio Carbó, secretario de Gobernación del gobierno provisional que sustituyo al de Carlos Manuel de Céspedes (hijo del patricio), a la huida de Machado hacia Nassau, de que le aumentara el grado militar. Porque ello le permitiría lidiar con la hosquedad y desprecio de los oficiales de carrera, casi soliviantados desde la caída del gobierno machadista por tener que obedecer al titulado "Sargento Jefe de todas las Fuerzas Armadas de la República de Cuba" Un título que todos masticaban, pero que nadie se tragaba.

            — ¿Qué, qué, dices tú? —le desafió ella, con la cabellera a punto de erizarse bajo el fieltro.

            —Por favor, mujer. ¿Acabarás de entrar al condenado avión?”

“¡Malditos mau-maus!”
Ella se encontraba en medio de unos tipos con pedigrí de arrestados y fieles, juramentados con el Presidente en protegerla hasta la muerte. Y se había deslizado escalones arriba, sin desear alcanzar la portezuela que la lanzaría al exilio, esa terrible lejanía espiritual y física. Y pensando que aquellos guerrilleros la desposeerían a ella y a su familia de todo lo acumulado durante años aciagos. Pero se quedó allí, tiesa.

            — ¡Malditos, esos mau-maus! —les espetó ella.

            Se levantó el cuello alto del abrigo negro de Minsk y se apartó nuevamente la trama del velo. El cambiarse en el saloncillo angosto del ropero de damas del Club de Oficiales, a la voz del Presidente ordenando la huida, el traje sastre azul prusia a rayas tenues que ahora portaba, le había sido un tormento. Echó una mirada a los resplandores de la ciudad lejana a su alrededor la cual, como siempre era La Habana; refulgente entre las primeras urbes de América. En muy poco tiempo, la desidia de los vencedores la convertirían, minuciosamente, en un inmenso basurero.            Luego quedó inmóvil. Pareció que con ella, el tiempo se había detenido e igualado sobre un lecho de pesares, que todo aquello era un sueño irretornable, de cuya pérdida, todos sus amigos y seguidores les culparían.

            Ahora, desde el interior de la nave se destacó la figura robusta del Presidente, quien le insistía y le hizo un gesto suave, un nuevo llamado para que entrara. Pero ella no quería ni ver ni oír nada y aspiró profundo. Estaba convencida: sería la última vez en deleitarse con el aroma de la floresta natal, ahora impregnada de rocíos humectantes. Presintió el pavoroso rugido letal de la horda guerrillera proveniente de las montañas y selvas, y también que el paisaje amado sería despedazado y pulverizado, por la gula atroz de los vencedores.

            Era lo usual a inherente a la falta de "clase" en los comunistas. Igual actuaron en Rusia y en sus Animal Farms sembradas detrás la Cortina de Hierro, en todos los territorios y países. Ello, finalizada la IIGM, cuando los rusos se apoderaron de Europa Oriental. Pero ella estaba a punto de explotar para desahogarse, e hizo con la barbilla un gesto maquinal, casi imperceptible al Presidente, para que éste se le acercara.

            — ¿Cuántos te di, Batista?

            — ¿Cuántos qué, mujer?

            —Hijos. Y no me digas que no lo sabes
       
            —Es que no quiero que nos olvidemos. Porque el trecho que nos queda, es largo, muy largo.

            —Lo sé —asintió él—. Pero descuida, porque tenemos algún menudo para el viaje.    

 Ella le había murmurado a quemarropa, inquisidora, casi con la mandíbula cerrada, inmediato que lo tuvo a su lado bajo la mirada escrutadora de los pasajeros. Cada palabra lucia inconexa con el mundo real de ese momento, pero todas llenas de reproches suplicantes. Todavía la ‘Leica’ de 120 le colgaba de su mano izquierda, enguantada con fina cabritilla negra. La tarde anterior, había accionado el aparato con una furia indiscriminada, sin importarle si las tomas saliesen bien o mal. Y Julia, la dama de compañía, su entrañable amiga del bachillerato, debió recargarla varias veces la máquina.

            Quería llevarse rastros de aquella tragedia cotidiana. Deseaba quitarse un zapato y taconearle los sesos al primer cabrón comunista que tuviera a mano, pero se contuvo. Pero eso sucedió después, porque allá. Abajo, el Presidente continuaba charlas con Mariano Faget y otros de sus defensores fieles.

            —Yo no puedo caer en esas cosas —trinó en su interior.

            A ella le impulsaba la ansiedad de escuchar las detonaciones y ver los fogonazos de las parabellum tremoladas por los amigos y seguidores de su esposo. Como cuando el asalto de comandos universitarios el 13 de marzo de 1957 al Palacio Presidencial por parte de estudiantes universitarios y otros opositores. Los disparos que esperó de aquellos guapetones y que nunca se sucedieron, menos ahora, suavizados por el buen vivir pero ansiosos porque no se acababa de producir la dichosa hora del arranque.

            —Creo que Masferrer era el único con suficientes coxon...  para detener en seco a esos pelu'os de mierda.

 Le puntualizó ella al Presidente la tarde anterior, inusualmente zafia, en ocasión de tomar el café vespertino.

  —Y ni tú, ni el Francisco Tabernilla ese, con su título de Jefe del Estado Mayor Conjunto

La Belle Époque 
 —Tú y sólo tú, y no estoy cantando la ranchera eeeh, eres responsable de las vacilaciones del Jefe del Ejército y tus generales —le sentenció en tono lóbrego—: Ni su hijito, tu "mano derecha" como dices; ése "Silito" que bien se las baila, fueron quienes le impidieron a él, a Masferrer y a Rafael Díaz-Balart, subir a la Sierra Maestra con sus "tigres", para cazar a esos dos tipejos. Rolando se los hubiera bailado en "menos de lo que pestañea un mosquito

            —Tranquila, mujer, ya todo eso pasó. Y modérate, por favor —la regañó el Presidente, acentuando sus palabras con un gesto.

            Los líderes batistianos, como todos los de un bando y con sus razones buenas o malas habían, soltado interminables tremoles sobre su decisión a 'sucumbir antes que fugarse' Los aspavientos simples de cada derrotado. Pero en ese momento, mostraron no desear un fin numantino y sí, un retiro apacible, playero, tal como hicieron quienes les antecedieron.

            Salvo el primer ex presidente auténtico, anterior al derrocado Dr. Carlos Prío Socarrás “El Cordial”; el sorprendente Dr. Ramón Grau San Martín "El Divino Galimatías" como le chiqueaban sus seguidores; casi todos de alguna forma pensaba en huir. A Grau, a quien nunca nadie, ni siquiera los castristas comunistas lograron sacarlo de su residencia —la que él llamaba su "Choza"— en la 5ta. Avenida del exclusivo barrio de Miramar, en La Habana, el desbarajuste final de la asonada militar batistiana, le sonaba a campanas celestiales, arguyó sarcástico,

            —Se lo dije en infinidad de ocasiones a él y a sus mensajeros, y después al Doctor Prío, para no estar de 'correveidile' —apunto Grau—: «Fulgencito no metas la mano en el Asunto Cubano. I mira en la estamos ahora, 'comiendo de lo que pica el pollo'»”

            A todos los fugitivos les apremiaba estar lo más lejos posible de aquella isla en llamas, a la que Enrico Caruso el mismo que escapó del terremoto de San Francisco de 1906 y que estando de gira en Cuba denominó "...questo paese di merda" (este país de mierda), el día que estrenando "Aida" en el Teatro Nacional, explotó la bomba en las inmediaciones del teatro. Fue mientras corrían los tiempos del presidente Mario García Menocal y los oposicionistas al gobierno de "El Mayoral", tuvieron la gentileza de detonar el artefacto explosivo, sólo ruidoso, en las cercanías del teatro.

Arcángel batiendo al demonio
Fue mientras corrían los tiempos del presidente Mario García Menocal y los oposicionistas al gobierno de "El Mayoral", tuvieron la gentileza de detonar el artefacto explosivo, sólo ruidoso, en las cercanías del teatro. Batista se le acercó a Martha, la miró condescendiente y trató de comprenderla, haciendo un gesto de quien está confundido sobre qué hacer en momentos tan cruciales. Es que los nervios de todos, sin excepción, estaban tensados al máximo.

            —Te pregunto, que ¿cuántos, cuánto...ojos hijos te di, Fulgencito?

 Insistió ella, como alucinada con aquello que no comprende; enfatizando las palabras ante el asombro de los pasajeros más cercanos a la portezuela de la nave. Atónitos.

            Nany, que cargaba al pequeño, abrió los ojos desmesuradamente. "Oh, mi pobre señora", se lamentó en silencio y comenzó a temblar.

            —Es que ella, se calza espuelas del quince
         
 El murmullo una pasajera a su esposo, uno de los ex ministros sobrecogido de miedo, encajado entre orines que le navegaban por el fondo de su asiento. El Presidente miró a Martha, anonadado, sorprendido de aquel arranque, alejado de la realidad. Pero el más asombrado fue un sobrecargo, el cual se juró interiormente nunca recordarse de esas frases. Se sabía al dedillo la regla principal de los clanes: "… todo lo dicho o hecho por la familia real, es secreto de estado"

            A pesar del disparo a quemarropa, Batista movió la cabeza con aire benevolente, apenado con los testigos presentes. Pero había comprendido el excitante significado de la pregunta. "Es maravillosa. Así de magnífica e inesperada, siempre", se reconfortó en sus reflexiones y sonrió, mirando a su entorno, pero aquello le terminó en una mueca.

 Todas las miradas apuntaban a cualquier lado. Nadie quería haber visto ni oído. Tampoco era esa la pregunta que ella deseaba hacerle, ni de la cual esperaría una respuesta pública de su marido. Sin embargo, sí sabía lo que pensaba la faz del otro, no su Presidente, sino la del compañero de vicisitudes. Después volvió la vista hacia la ciudad que se le desvanecía en escape y exhaló un suspiro. El Presidente, se acercó amable a la portezuela y la asió suavemente por el codo,

            —Vamos, mujer, tenemos responsabilidades con toda esta gente, fueron nuestros colaboradores hasta el día de hoy.

            — ¡Noli me tangere, Homo! (No me toques, hombre)

            Exclamó Martha, acordándose del pasaje bíblico, aunque a la inversa.   Pero ella atemperó la frase envuelta en un bisbiseó con los dientes unidos, para que salvo él y ningún otro, entendiera. Después miró fijo la mano que la asía y se soltó haciendo un gesto discreto. Estaba furiosa como una guajira ariqueña con la "punz’á de Pascuas". Era la segunda vez que él le escuchó la frase.

            — ¿Por qué no quieres que te toque, mujer? —murmuró Batista, inquieto, ahora un tanto confuso y poniendo un acento fuerte en la última palabra. Y la miró profundo.

            —Porque perdiste, hombre, ¡perdiste…e! Y mi marido Batista, entiendes Fulgencio, mi "ma…ri…do" nunca perdió y no debió perder tampoco ahora. Al menos, tus enemigos de antes eran educados y no los astrosos de hoy, esos barbudos de ahora, llenos de pestes al igual que sus mujeres 'soldaderas'. Es deprimente, Fulgencio  —repostó ella, deletreando cada sílaba, escrutándolo.

            Quizás en espera de que éste le propinara un buen jaquimazo, por su desafío; aunque fuera simbólico. Pero él nunca lo habría hecho, y menos ahora, que estaban "en baja"

            —No, señora. No es así como usted dice. Simplemente, la suerte no nos favoreció  en  el juego —enfatizó el Presidente, pausado, en tono irónico

El retranquero del chucho
También, incontenible, hizo un rictus de amargura filipina, como cuando era solamente un mandadero en el cuartel de la Guardia Rural del pueblecito de Banes. Las palabras eran códices secretos entre marido y mujer. Después vino lo de ser retranquero en el chucho del  central azucarero la línea del ferrocarril y su alistamiento, hasta llegar convertirse en ‘Sargento Taqui-Mecanógrafo del Estado Mayor del Ejército’, radicado en La Habana. Por último vino lo del complot de Columbia, en medio de la Revolución del 33 y de ahí al ser el “Hombre Fuerte de Cuba”, en calidad del ascenso que ganó con un nombre insólito: Sargento Jefe de todas las Fuerzas Armadas de Cuba; durante la Revolución del 33; hasta culminar como Presidente de la República entre 1940 a 1944, su etapa democrática.

            Ella suavizó la expresión sombría por el alelamiento, tal como siempre le sucedía cuando lo enfrentaba. Y convino sorpresas con él en una pícara mirada de amada seductora y tibia, además de insinuante, alejada de luctuosidades y compromisos con el resto de quienes le rodeaban. Se sentía como si estuviera caminando en babuchas por el centro de un pasillo cálido, interminable. Es que le fue difícil y tortuoso, aunque inolvidable, el trecho recorrido con el "Mulato Lindo", como le apodaban las damas encopetadas de la high life. Pero tal sucedió cuando era el "Hombre Fuerte" de Cuba, allá por 1933, cuando ambos no se conocían aun.

            Porque él fue exitoso en estabilizar la república —tras el vendaval que sopló en 1933—, reactivó la democracia, logró que se aprobara la nueva Constitución de 1940 y que, finalmente, cerrara con un broche aceptable para la ciudadanía, ser elegido como Presidente de la República de Cuba en 1940. Y la fiesta les duró durante los siguientes cuatro años, sin posibilidades legales de reelección, porque la nueva “Constitución del 40” lo prohibía por el voto popular y no por los sables y bayonetas. Sobre las cuales los castristas no dudaron sentarse, incómodos, durante más de los 58 años siguientes.

            —Quizás fue una larga aventura, como las de Sagan —comentó Batista, como adivinando el tono que la consolaría.

            Era verdad. Los últimos fueron 7 largos años entre sustos y pocas diversiones, mientras se bamboleaban en la cima de un poder tildado de autoritario, no absoluto ni totalitario como el de su predecesor Fidel Castro, y del peligro siempre presente ante sus enemigos. Adulados y consentidos por una sociedad que casi los evadía, y que siempre los dejó, al menos virtualmente, en la puerta de entrada de los salones. Y que también les codeaba de manera formal por ser considerados "gente sin mucha clase", a pesar que fueran los guardianes feroces, los Cerbero singulares de sus riquezas, como los ‘Inferi Dii de Hades’

            —“Sí, muy bello y excitante el trayecto —rezongó ella, tiritando, sarcasmos—, pero ¡coño!, me lo hiciste caminar con esos tacones altos del poder, tipo lápiz “Mikado número dos”; y con el jodido corazón en la punta de la lengua. Y todo, por nuestra seguridad y la de los niños. ¿Valió la pena, dime, Fulgencio?”

            — ¿Decías, querida? —indagó él pacíficamente, a pesar del tono gutural, como haciéndose el sueco.

            —No me hagas caso, Fulgencio. Son naderías de mujeres —arguyó ella, conciliadora, tratando de bajar el tono álgido hacia lo conciliador.

            —Tranquila, mujer, que no son muchas las veces que hago de “movie star” Sólo que en esta, con los “mau-mau”, no me fue taquillera como la del treinta y tres” —confesó el Presidente, frívolo, susurrándole quedo al oído pero con un marcado tono displicente.

            Ella, finalmente determinó sentarse y él se deleitó nuevamente al sentir el aroma esparcido por Martha al dejar su lado. Ella se alejó, rozándole adrede el brazo con sus pechos de una firmeza sorprendente; seductora; supuestos tan tensos como los virtuales de la "Kiki de Montparnasse", la super modelo del "Le Violon d'Ingres" Rauda, caminó rumbo a su asiento, envuelta en perfumes y la mirada de sus adoradores.

            — ¿Le Panthère de Cartier? —le había preguntado él, enfebrecido, cuando ella le requirió hacia la portezuela de la aeronave.

            — Non, cherry, Chanel numeró cinq —le aclaró ella, en la cúspide su coquetería, como si estuvieran solos en su recámara de Palacio.

            —Definitivamente estoy en baja. No pongo una, ni en la charada de Castillo, discurrió Batista, con su mejor tonalidad interior, pero con aire casi lúgubre.

            Nadie movió ni un sólo músculo o pelo, cuando advirtieron el "pase" de la pareja presidencial. Todos, habían sido testigos excepcionales de una intimidad inconcebible, entre quienes siempre se habían mantenido intocables, a la altura y distancia de las pompas, circunstancias… y cotilleos palaciegos.

            —No, no, no fue así tan sencillo —dijo Martha, estampando en su rostro un gesto de intención acentuada de quien vuela con intenciones de remontar la artillería gruesa.

            —Deja que salgamos de todo esto. Iremos a Daytona, Venezuela, quizás lleguemos a la Quisqueya de Trujillo o a España —le advirtió Batista, abriéndole los ojos, insinuante.

            Ella ni suspiró. Recordó los años felices.

            —Mejor, dejemos por ahora estas frivolidades —apuntó ella, como un cerrojo presto a trancarse por siempre, pero suave como un aguamanil repleto de rosas.

            De las viajeras, la Primera Dama era la única que no mostraba los ojos llorosos. Le aguijoneaba la impotencia, no el miedo. Pareció tal si desde que decidió unirse a Batista, estaba preparada para momentos tan amargos y los muchos otros de sensualidades impronunciables. Cuando finalmente se acomodó, experimentó una serenidad inexplicable. Como si el frágil metal del fuselaje, se hubiera tornado coraza inexpugnable que la salvaría de todo peligro, a ella y al pequeño, desmadejado con indiferencia en brazos de Nany. Ya no le importaba que la oyeran o la miraran. Por unos instantes experimentó la sensación apacible de sentir que la tensión acumulada en las últimas semanas había desaparecido. Ella, representó siempre un soporte espiritual para el régimen, frente a los enemigos del gobierno y, como ella misma acentuaba:

            —...de mi mismíiii...simo marido

            Fue entonces cuando Martha Fernández Miranda de Batista, esposa del Presidente, compuso su expresión. Y sonrió sorpresivamente, con tanta dulzura como astucia; tal la más sugerente de las “Gattamelata” (Gatas Melosas) de Erasmo, tal correspondía a la clase y categoría a todas las  Primeras Damas de la República de Cuba, acentuar, las de antaño.

            Con la partida de la pareja presidencial, especialmente por ella, finalizaba la época esplendorosa de las “Damas de Nácar” De aquellas genuinas, anacaradas y deliciosas damas de entonces. No las lastimosas imágenes de gente de vulgaridad chabacana, mugrienta, semi desnudas, oculta, sin rostro de las alevines de aguas turbias socialistas. Aquellas entidades sucedidas con fanfarrias subsónicas, troqueladas idénticas a las de los después fracasados "Hombres y  Mujeres Nuevos", lastimosamente enchumbados en la mojigatería guevarista.

            —Porque hasta para ser chabacanos hay que 'ser' y 'tener' al menos, algo, aunque sea una pizca de clase, no como esta gentuza de orillas —farfulló Martha, con la mirada fiera clavada en su marido. Y su mirada chocó con la de éste, quien la observaba cauto, de reojo.

            —Lacho, cuida'o —murmuró Batista, casi entre dientes, como si quisiera llamar la atención de San Lázaro—, parece que a la guajira le volvió a dar, la "punza’e" Pascua"

            La saga continúa.

©Lionel Lejardi. Diciembre, 2011
lejardil@bellsouth.net
Legacy Press

Addendum

(*)    “Inferi Dii”, en la mitología romana son los dioses que habitan en el inframundo de los muertos. Hades es ‘el señor, dueño de ese inframundo’

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EDC-6806/Pag.23/23 



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