.Libro III/III. Génesis de Miami.
Delicias de un naranjo en flor
Se cumplen 57 años de dictadura comunista en Cuba
Sin la venia ajena
Bucolismos entre tercos
"Yo soy Julia y tú,
eres Henry.
Y escucha, vejete desdentado:
¿Si tú eres de verdad un machito cabrío,
me
dirás qué hay con mi flor del
naranjo?"
La Tuttle caviló en voz alta, como siempre
miró al hombre, regañona como siempre,
y se
arregló las enaguas antes de sentarse,
como siempre,
como siempre,
y tomó
la taza de café que le ofrecía Flagler,
por primera vez.
por primera vez.
Él la miro con una expresión de incredulidad.
“Esta mula —reflexionó Flagler— es de las feministas tercas.
Las Shenandoah de hoy, con las que habremos de lidiar en el siglo veinte”
Fragmento
“Un Asunto Cubano”
Angustias y alegrías por una helada espléndida
Capítulo I
Dispepsia en la
boca del río San Juan
A
nadie extrañó aunque lo habrían notado, la expresión de agruras en la cara del tycoon.
Pero lo cierto es que esa mañana húmeda, Henry Morrison Flagler se levantó
indispuesto. Había estado en revolcaderas entre sábanas de hilo y el entonces
moderno colchón de guata y muelles de espirales invertidas, después de
revolverse incesante en el lecho. Bastaron algunos remilgos nocturnos de su
nueva esposa, para ordenarse el mismo con un "dé pie" militar comandado por el cerebro e iniciar su estricta
disciplina matinal. Durante unos
segundos quedó sentado en el borde de la cama a fin de estabilizar el
equilibrio de sus humores interiores, incluyendo el punto de gravedad del
cuerpo.
El equilibrio, le resulto perfecto. Pero no pudo evitar el permanecer envuelto como en una visión de sueños recurridos, que se les antojaron pesadillas estáticas: Los Everglades, que fastidiaban a sus ingenieros y cuadrillas de taladores, incluyendo los desmontadores que abrían la brecha entre la espesura, por donde correrían los rieles de su ferrocarril.
Quizás "ciénegas eternas", sus fieras, indios ahora apacibles después de las viejas Guerras Seminoles; y decir pantanos y los temibles mosquitos, capaces (lo que él no sabía entonces) de inocularle la temible "loving" (amorosa) fiebre amarilla.
Porque aun por alla en La Habana esplendorosa, a finales del siglo XIX, en la vieja caseta de madera en lo alto de las canteras calizas del Tejar Mattos, en la finca "San José", en Marianao; un eminente médico y bacteriólogo cubano, el Dr. Carlos J. Finlay, (née, Carlos Juan Finlay y Barrés) peleaba contra "sus mosquitos"
Y salvando a su vez a los soldados voluntarios norteamericanos (que aceptaron las picaduras de estos insectos, esperanzados en lograr una vacuna, como la de la viruela) mientras vivaqueaban asentados en el campamento de Columbia.
Ya había concluido la guerra Cubano-Hispano-Norteamericana con la derrota de España. Ahora los voluntarios del pequeno regimiento patrocinado a sus propias costas, porel popularísimo Theodore Roosevelt (Rough Riders) corrían con ese otro "riesgo sutil"
Todo era a los fines de que el médico criollo probara una teoría que salvaría miles de vidas, posibilitando a su vez la construcción del ya en ciernes "Canal de Panamá" en el istmo del mismo nombre.
El equilibrio, le resulto perfecto. Pero no pudo evitar el permanecer envuelto como en una visión de sueños recurridos, que se les antojaron pesadillas estáticas: Los Everglades, que fastidiaban a sus ingenieros y cuadrillas de taladores, incluyendo los desmontadores que abrían la brecha entre la espesura, por donde correrían los rieles de su ferrocarril.
Quizás "ciénegas eternas", sus fieras, indios ahora apacibles después de las viejas Guerras Seminoles; y decir pantanos y los temibles mosquitos, capaces (lo que él no sabía entonces) de inocularle la temible "loving" (amorosa) fiebre amarilla.
Porque aun por alla en La Habana esplendorosa, a finales del siglo XIX, en la vieja caseta de madera en lo alto de las canteras calizas del Tejar Mattos, en la finca "San José", en Marianao; un eminente médico y bacteriólogo cubano, el Dr. Carlos J. Finlay, (née, Carlos Juan Finlay y Barrés) peleaba contra "sus mosquitos"
Y salvando a su vez a los soldados voluntarios norteamericanos (que aceptaron las picaduras de estos insectos, esperanzados en lograr una vacuna, como la de la viruela) mientras vivaqueaban asentados en el campamento de Columbia.
Ya había concluido la guerra Cubano-Hispano-Norteamericana con la derrota de España. Ahora los voluntarios del pequeno regimiento patrocinado a sus propias costas, porel popularísimo Theodore Roosevelt (Rough Riders) corrían con ese otro "riesgo sutil"
Todo era a los fines de que el médico criollo probara una teoría que salvaría miles de vidas, posibilitando a su vez la construcción del ya en ciernes "Canal de Panamá" en el istmo del mismo nombre.
Estos dípteros, unos bicharracos infames que le
rugían sus trompetas desde el otro lado del mosquitero, desafiando a todos con sus picadas insoportables e insolencias letales. Porque desde la tercera y última Guerra Seminole
(1), las diferencias que existieron con estos y otros nativos quedaron
salvadas.
Lo peor que le inquietaba, era la
fijación de sus pensamientos puesto en la gente de Henry Plant, su tocayo y eterno competidor; quien amenazaba con colarse por el flanco izquierdo de la península, partiendo desde Tampa, a fin de
ganarle tiempo y así ser ellos (Plant) y su también compañía de ferrocarriles, los primeros en llegar a Key West.
Lo cierto era que tanto el uno (Flagler) como el otro magnate (su colega Plant) eran otro par de tercos tan irredimibles, como mulos solterones.
Lo cierto era que tanto el uno (Flagler) como el otro magnate (su colega Plant) eran otro par de tercos tan irredimibles, como mulos solterones.
El Naranjo en Flor
La
cuestión para ambas compañías ferrocarrileras, las más agresivas en la carrera
por desarrollar y conquistar el sudeste de Florida; consistía en encontrar la
manera de llegar hasta la punta sur de la Florida, el cayo de Key West (Cayo Hueso), la
única poblada y floreciente. Muy vinculada a los trajines independentistas
cubanos. Una visión lejana aún, la cual no se solidificaría hasta años después,
dado que este escollo, eran "otros veinte pesos ingenieriles” en el decir
popular. Porque ir saltando sobre el agua de cayo en cayo, desde la tierra
firme, se las traía.
Yemas de un naranjo en flor |
La única opción viable para Flagler
y sus hombres, a fin de extender su ferrocarril hasta el punto más meridional del sur sudoeste de la
Florida, Key West; seria; —sin acabar de entender plenamente la propuesta de su
ingeniero principal y dilecto, William J. Krome (2)
Este ultimo le tenía tan inquieto, como la sensibilidad asustadiza de su estómago en esa mañana, como un ramillete de mimosas. Y necesitarían infinidad de dólares, muchos millones de dólares.
Este ultimo le tenía tan inquieto, como la sensibilidad asustadiza de su estómago en esa mañana, como un ramillete de mimosas. Y necesitarían infinidad de dólares, muchos millones de dólares.
Y todo eso debía hacerlo antes de
que su competidor y también tocayo, Henry Plant. Por lo tanto, ahora debería
contentarse con alcanzar Fort Lauderdale y después el caserío de Miami (Mayaimi, que entonces no tensó con
ninguna cuerda lingüística, entre otros nombres aborígenes), diseminados
alrededor de Fort Dallas. Claro que esa empresa podría costar lo indecible.
Plant con su idea destinada a ganar
por igual la punta más meridional de la Florida, Key West, se las arreglaría partiendo desde
Tampa; ya deslumbrante por su arquitectura sensual, impregnada a propósito
con algo del barroco de la Belle Époque,
Porque todo el bregar consistia en alcanzar desde allí aquel cayuelo, con la ensoñadora ciudad de La Habana, a un tiro de piedra y sobre la cual todos convenían en conquistar primero, y así participar de su comercio y producciones exuberantes.
Porque todo el bregar consistia en alcanzar desde allí aquel cayuelo, con la ensoñadora ciudad de La Habana, a un tiro de piedra y sobre la cual todos convenían en conquistar primero, y así participar de su comercio y producciones exuberantes.
Pero este proyecto no se
culminaría, hasta que Flagler dio la orden en 1902, para que se iniciaran los
estudios preliminares de la ruta para cubrir el tramo final, y también el más
complejo desde el punto de vista ingenieril y utilizando los métodos y máquinas
de vapor no muy novedosas pero ya probadas y existentes, para concluir el
empeño.
Capítulo II
Everglades, rugientes a todo y a todos
Siempre,
decían los aborígenes, los Everglades rugían también en el confundir de la
estruendosa sinfonía de quien sabe los millones de "rana toros" y otras especies escandalosas muy cercanas y aún más para acentuar el poema, lindando cerca de la atalayas "para que los turistas
pudieran ver los pantanos", con el bramido de algunos Nunues
míticos, de los poderosos. Tantos y peligrosos como los "dragones voladores"
Nadie podría descifrar cuándo llegaría tal día. Sin un clamor, todos los
floridenses, sabían de la angustia de la floresta, cuando la violaban. Una
vastedad selvática, excepto ciertos bolsones, casi inexplorada.
Porque era un río de hierbas, en el
apuntar de "Marjorie",
(Marjory Stoneman Douglas) que separaba la costa Atlántica de la Pacífica. Donde
ya tronaban los abanicos de sus encantos inimaginables.
La hermosa ciudad de Tampa, imponente joya arquitectónica. Ansiosa de extenderse por el sur de la Florida, era estar a puertas de Cuba, la rica y sensual, ademas de cultura y finesas europeas, a pesar de los destrozos bélicos, todavia colonia española.
La hermosa ciudad de Tampa, imponente joya arquitectónica. Ansiosa de extenderse por el sur de la Florida, era estar a puertas de Cuba, la rica y sensual, ademas de cultura y finesas europeas, a pesar de los destrozos bélicos, todavia colonia española.
Además de las vinculaciones futuras
con el inminente Canal de Panamá y su tráfico marítimo y ferrocarrilero que se
vislumbraba con Centro, Sudamérica y el Pacífico.
Y porque además, la otrora poderosa España; se encontraba exhausta por guerrear tozudamente contra los independentistas cubanos criollos, que la acosaban sin tregua, desde hacía la friolera de casi 50 años.
Y porque además, la otrora poderosa España; se encontraba exhausta por guerrear tozudamente contra los independentistas cubanos criollos, que la acosaban sin tregua, desde hacía la friolera de casi 50 años.
— ¡Para
no perder Cuba y la monarquía, las “Joya de la Corona”, lanzaremos hasta el
último hombre y hasta la última peseta ...Redios!
Así había bramado (o algo parecido) en el Parlamento; el primer ministro de España, Antonio Cánovas del Castillo, asesinado más tarde de un pistoletazo a traición, por Angiolino, un anarquista.
Así había bramado (o algo parecido) en el Parlamento; el primer ministro de España, Antonio Cánovas del Castillo, asesinado más tarde de un pistoletazo a traición, por Angiolino, un anarquista.
Todo le fue en vano a la Metropolis. Porque el
imperio español y su gesta conquistadora, estaban liquidados. Sin embargo, la
genuina acción civilizadora de la avanzada europea en un continente salvaje y
repleto de iniquidades (satrapías, sacrificios humanos, canibalismo, esclavitud
cruenta, etc.) ya no tenía razón de ser, como tampoco lo fue antes.
Sin embargo resultó que el
desperdigamiento de territorios feraces de antaño que asombraron a los
conquistadores, devino hogaño en el desconcierto de naciones Centro y
Sudamericanas; algunas indoamericanas raposas, populistas y enaltecedoras de sus caciques y "Senores de la Guerra" sempiternos.
Esa hecatombe, en el pleno disparate del socialismo fracasado del siglo XXI; excepto unas pocas naciones de los extremos continentales, sin hálitos de vergüenza, plagadas de ineticidades faranduleras y carencia de los Altos Principios para fundar naciones, en serio.
Esa hecatombe, en el pleno disparate del socialismo fracasado del siglo XXI; excepto unas pocas naciones de los extremos continentales, sin hálitos de vergüenza, plagadas de ineticidades faranduleras y carencia de los Altos Principios para fundar naciones, en serio.
Flagler, no
entendió qué sucedía con su estómago
Quizás
el malestar de Flagler en esa mañana, cuidadosamente observado por su médico, se debiera a
las "Ostras a la crema rosa" (Huîtres à la crème en caviar rouge), le
había dicho el cocinero, que así era el nombre correcto; cenadas la noche
anterior en el restaurante de su bello "Ponce de León Hotel" (3) Una
estructura de ladrillos rojizos, medio que de estilo morisco o si se quisiera,
mediterráneo. O por lo más improbable, el par de copas (en realidad tres) del
vino tinto tempranillo; de Rivera del Dueto; recién llegado en una caja de
madera a su cava.
Todavía virgen de otras cataduras, que le envió Joseph Parrott desde New York, su colega inversionista y presidente de los ferrocarriles de la costa este*
Todavía virgen de otras cataduras, que le envió Joseph Parrott desde New York, su colega inversionista y presidente de los ferrocarriles de la costa este*
O quizás, un sorpresivo avatar o
chisme culebrino de su amigo Glenn Curtís, quien después se convertiría en
osado constructor y piloto de su propia empresa de aviones. La misma que
después fue la empresa fabricante de aviones comerciales y militares, más
importante de los Estados Unidos, en especial durante la Segunda Guerra Mundial
(IIGM).
“Y
también”, meditó Flagler, por el condenado queso azul que no
cesaba de invitar a que lo devoraran junto con la hogaza de pan blanco, rociado
con ajonjolí.
—Sésamo, eso es. No puede ser otra
cosa que esas malditas semillas de ajonjolí —exclamó
Flagler, como un autómata.
— ¿Decías, querido? —murmuró la esposa, queda, sin
abrir los ojos completamente.
La cena de la noche anterior estuvo
más ligera que el delicioso almuerzo con el "caldo gallego", tan pesado al gusto sajón aunque placía a
Flagler durante los inviernos. Cena que llevaron a cabo en un recién estrenado
restaurante lacustre en la zona de Anastasia, en el litoral interior de San
Agustín de la Florida, cuyo dueño era un español rebencudo oriundo de las
agitadas provincias vascongadas.
Este ibero peninsular, era tan
supersticioso que abría las cajas de vino por el fondo y así recomendaba a sus
clientes, y que en el orden de izquierda a derecha orden tomaran la mercancía.
Éste, era un descendiente genuino —en realidad, de la
"oveja negra" de su familia— perteneciente a la antigua estirpe de
los Fatio de San Agustín de la Florida. O de lo que quedaba de esta, desde
cuando Florida pasó a manos de los Estados Unidos en 1821, como resultado de una
venta comercial por unos 5,000,000 USD oro, cuando la otrora deslumbrante
metrópolis estaba arruinada en la restauración del rey, tras la invasión y conquista napoleónica.
Entonces, se escuchó la voz
lánguida de la esposa de Flagler,
—Henry,
querido ¿en realidad te sientes tan mal?
— inquirió ella.
—Sí.
Pero lo que necesito es solamente un colagogo.
Ella, con soñolencia torpe,
extendió la mano izquierda y tiró tres veces del cordón carmelita para avisar
urgencias a la servidumbre.
—Solamente
un tercio de la dosis habitual, me dijo el doctor —le susurró
días antes la sirvienta a la esposa. Pero Henry, la había escuchado entonces.
—Sí,
eso es lo que me recomendó el homeópata, y no más, querida —acentuó él, para contener la sobreprotección de
ésta.
Por entonces, los homeópatas
comenzaban a ponerse de moda a causa de la singularidad de “curar lo semejante por la medicina natural”,
sólo que las personas pudientes disponían del acceso a estos especialistas
médicos, tan novedosos y chic por anadidura.
x
Flagler y Krome
Flagler,
más tarde planeaba revisar los proyectos con el experto Krome. En específico,
los vinculados a los planos de la nueva estación ferroviario para el caserío de
Fort Lauderdale, al sur de su entonces joya preferida; el bello hotel “Ponce de León”
en San Agustín de la Florida. El tycoon se sentía repleto y estaba
contento, porque sus rieles se habían extendido ya, hasta Palm Beach (4), donde
a inicios de siglo XX montaría una lujosa residencia permanente, Whitehall,
de hermosura tal como la del cualquier otro palacete moderno.
Lo erigió, en calidad de regalo de
bodas para su esposa. Era una esplendorosa vivienda de estilo y materiales
clásicos, pero con instalaciones modernas, la cual en su tiempo se convertiría
en “Museo Henry Morrison Flagler”
—Aquí,
lo que importan son la laboriosidad y la eficiencia —reflexionó Flagler a oídas del cercano Krome,
mientras ambos entraban en la soleada oficina del magnate.
Henry Morrison Flagler, el tycoon de los rieles de la costa Este,
un perfeccionista, se sentía incapaz de
admitir chapucerías por ganar dinero. Todo lo ejecutaba en meticuloso orden,
pues le obsesionaba que cada obra por él auspiciada, portara el estilo de
optimización, euritmia y, por supuesto, su sello inconfundible: el color
amarillo predominante en cada espacio de los hoteles.
Sólo le interesaba la huella dejada
por los elegidos, como él, y no las cifras a la izquierda del punto decimal en
su cuenta bancaria.
Sentía picazones porque su rival,
Henry Plant, y sus endemoniados capataces, anduvieran echando rieles a diestra
y siniestra para interconectar ferrocarriles entre Tampa, Jacksonville,
Savannah y todo con lo que se encontrara por el medio, hasta la activación de
líneas muertas,
No deseaba ver a Plant, ni imaginar
siquiera a su competidor en las veladas de cremoso chic del "Royal
Ponciana Hotel" tampeño; codeándose con los Lydig,
Vandelbilt, Townsend, Stewart y los otros chicuelos de la Belle
Époque.
Y quizás —lo absolutamente
insoportable para Flagler—, saber que Plant gozaba alardeando entre sus socios
comerciales, por haberle puesto un pie delante a Flagler en la cosa de los
ferrocarriles.
Por eso, se tragó de un sopetón el
ruibarbo traído por Harold, propuso a Krome dejar la oficina y encaminarse
hacia el saloncillo donde acompañaría el desayuno, después de asentar la
infusión e inusualmente, con pan de manteca tostado y untado con mantequilla,
al estilo habanero.
— ¿Se
siente mejor ahora, Señor? —le
preguntó Harold.
—Sí.
Creo que sí, Harold —dijo
Flagler con desgano, dispéptico y exhaló un eructo, sonoro y envuelto en
dólares—. Pero además, y por favor, me traes la botella del "mata bichos"
—Perdón Señor —se electrizó Harold—,
¿Usted dijo del qué…?
—Por Dios, hombre. Hablo del aguardiente de
la botella transparente—. Dijo y miró a Krome, quien con una
expresión dubitativa, dio a entender no saber, al igual que Harold.
Flagler comprendió la expectativa y
aclaró,
— Se
trata de un simple aguardiente que los portugueses fabrican con la cáscara de
la uva. Pero les aseguro de que de
trabajar, trabaja. Tras lo cual se dirigió a Harold
—Es
el de la botella fea, esa docena que me regaló el día de mi cumpleaños, ese cubano del
pueblo de Arredondo, creo que era simpatizante de los independentistas cubanos. Dicen
que es bueno para "matar las lombrices" ¿Qué, te asombras?
—No, no, Señor,
le juro que yo creo todo lo que usted diga. Pero Usted me perdonara el lapsus
pero, es ahora que me entero de que Usted tiene lombrices.
—No,
hombre. Es un decir. Sucede que no quiero que mi mujer sepa que lo hago temprano
y con moderación. Se trata de un elixir matinal, especial para entonar el cuerpo. ¿Entiendes ahora?
—Oh,
sí. Por supuesto, Señor —asintió
Harold, con una leve sonrisa de complicidad.
Krome miró a su jefe y medio que
ahogó una sonrisa, al ver las mejillas sonrosadas de Harold, quien tampoco se
creía ni una palabra de lo que aseguraba su Señor.
Capítulo IV
La kukulienka trina entre otros arpegios
campiranos
Entonces
fue cuando la kukulienka (Cuco)
colocada en la pared norte de la Sala de Estar, dio las diez de la mañana.
Junto con su trinar rocambolesco, llegó con el ladrido de los perros y el
relincho de un caballo que penetraba en la propiedad. Era el corre quincenal.
Cierto que se trataba de “Big Krrk”
era el cartero y además, alguacil de la zona costera, venido desde el sur.
Porque el caserío de Fort Dallas, una vez a la quincena enviaba a Palm Beach la
correspondencia escrita, hasta un punto en que por barco o ferrocarril, se
distribuyera para el resto de los Estados Unidos o el extranjero.
La recogida era enviada desde Miami
al sur de la Florida por barco y monta. Era la “subida por la bajada” del correo, después en sentido contrario.
Porque la conexión rápida, directamente con Key West, era marítima.
El cochero de la Whitehall señorial, se dirigió hacia el
fondo de la casona tomó el encargo del cartero ya desmontado, e invitó al
jinete a un refrigerio y descanso en la cocina. Y retornó rumbo al pasillo,
donde debía depositar el correo.
Junto con la exigua correspondencia
venia un paquete envuelto en papel manila grueso de color ocre y amarrado con cordeles
de fibras. Lo tomó en sus manos y salió en busca de Harold, el mayordomo.
Este último tomó el correo y le premió
con la propina acostumbrada, miró al cochero como sorprendido por la
procedencia del envío y le dio vueltas al paquete, a fin de reconocerlo mejor.
Entonces fue cuando leyó el nombre casi borrado por la humedad, del remitente.
De inmediato se encaminó a donde Flagler.
— ¿Qué
es eso? —inquirió el tycoon.
—En
realidad no sé, Señor —advirtió
Harold—. Pero viene del sur, probablemente desde la
oficina postal de Brickell en ese caserío, Fort Dallas, situado en la boca del río Miami,
según dijo el mensajero al cochero. Al parecer proviene de por allá, donde el
diablo dio las tres voces y por el que ahora andan el mismo Brickell y Munroe,
armando negocios con la promoción del turismo de yatistas y de los veraneantes
del norte, que llegan en sus embarcaciones.
.
—Pero
qué clase de turismo es ese, amigo mío. Si no hay transporte decente que
llegue tan lejos, hacia el sur. Esa gente de la boca del río Miami, la costa
sudeste, Key West y el resto de los cayos, dependen del cabotaje. También entre
las islas.
—Vienen
en sus yates propios, Señor. Y permítame decirle que no se descuide con el
señor Plant. —se arriesgó
a decir, Harold.
— ¿Quién
lo manda? —inquirió Flagler,
cambiando el evento original.
—Creo
que la misma señora del Norte, Julia
S..., Señor. El apellido es como Tutt… No sé bien, quizás sea la misma señora
viuda que lo visitó a Usted una vez, en el "Ormond Hotel". Parece que
la tinta se humedeció con el roció y medio que lo borró. Quizás son huevos de
cocodrilo, —bromeó Harold y
cortó los amarres de manila. Henry asintió, reventando de curiosidad.
Cuando Harold destapó la caja abrió
los ojos, desconcertado y la cerró de nuevo. Era una de sus maneras de payasear
con Flagler.
— ¿Qué
es? —preguntó Henry,
sospechando alguna travesura de sus amigos, quizás del apodado "Duque de Dade"—. ¿Sera de Ewan, quizás?
—No, Señor.
Porque el Señor Ewan no debe andar por
esos lares. Y una cosa así, tan…tan delicada en su envoltorio; sólo puede ser
de la “viuda” Son cosas propias de mujeres
—enfatizó Harold—. Digo, la señora Julia —sugirió éste al recordar el nombre de aquella
señora enjundiosa de guedejas colgantes, mostrándole a Flagler el contenido.
Flagler hizo un gesto, de destapó
el paquete expectante aunque ya Harold sabia, pero lo que su jefe Flagler, ni siquiera adivinaba.
El tycoon vio la rama de naranjo, envuelta en papel de seda y repleta
de flores y yemas. Parecían recién cortadas, quizás en medio de la frescura de
la madrugada anterior. Y conservadas por la temperatura ambiente. Al final, quedó
en Babias. Mas, cuando leyó la
carta-invitación que le hacía aquella mujer, casi desconocida, que lo había
perseguido hasta el “Ormond Hotel”
— ¿Ves Harold? Es una rama fresca. Con flores y
yemas de naranjo?
—Ya lo advertí Señor. ¿Y eso, qué significa?
—Esta
mujer me va a volver loco. Ella, principalmente, además de otros propietarios de tierra; me ofrecen
cientos o miles de acres de tierra para
levantar una ciudad en la boca del río Miami. Me está indicando que la helada
de febrero no alcanzó, Biscayne Bay, y por lo tanto, los cítricos de la zona no
se congelaron.
Todo lo cual era cierto.
—Y eso, es exactamente lo que ella quiere probar, según me dice.
Y la muy testaruda me vuelve a pedir “que lleve mis rieles hasta la boca del
río Miami y que para probarlo, es que envía la rama del naranjo. Y para colmos,
todavía en flor.
Krome, quien era un ingeniero tan
perfecto como sus cálculos y la absoluta meticulosidad de sus memorias
descriptivas de cada proyecto que le encargaban, se le ocurrió carraspear.
— ¿Qué,
me equivoco en mis apreciaciones, señor Krome? —preguntó tácito,
Flagler.
—Si
existiera esa equivocación, señor Flagler, sería el que no nos comprometamos de
una vez y por todas, en una fecha para llevar de inmediato la
"cafetera" hasta ese Miami. No sé, es que estuvimos allí durante la
prospección del sitio y siento como “un no sé qué de melancólico misterio”
— ¿Sabe
qué, señor Krome? Y le digo con todo
solemnidad y respeto: ya me duelen las nalgas sin que me haya echado aun sobre
uno de los canapés de playa, del hotel grandioso que construiremos allá. ¿Le complace?
La
viuda en cuestión, siempre portaba
atuendo negro, sentimental, por una helada fructuosa; pero ahora era por otras
causas. La tal “viuda” era un
conspicuo ser real. Se trataba de Julia DeForrest (née, Sturtevant), Tuttle. Ella provenía de una familia pudiente de
Cleveland, Ohio, donde nació, se casó y enviudó de Frederick L. Tuttle. Sucede
que Julia, era de esas personas que se las gastaba.
Más adelante, compró una propiedad
de 640 acres (2,6 km²) en el banco norte de la boca del río Miami, donde estaba
ya casi abandonado, el viejo “Fort Dallas”,
hacia la cual se mudó y embelleció el lugar, transformándose este sitio en
punto de recreación y atracción.
Julia DeForrest (née, Sturtevant) Tuttle
Corriendo
Febrero de 1895, una helada sobrenatural arribó y cubrió todo el centro, norte
y parte superior del sur de la península y las Carolinas, la cual resultó
devastadora para la agricultura de todo el estado floridense. Desde 1835, casi
minutos antes de iniciarse la Segunda Guerra Seminole comandada por Osceola, la península no había experimentado un desastre similar.
Julia DeForrest (née, Sturtevant) Tuttle |
Las terríficas heladas de finales
de diciembre del año anterior (1895) e inicio del 1896 que corría, arrasaron
con los sembrados, sólo dejando intactos los naranjos en la zona de Biscayne
Bay. Ello, resultó lo inesperado por Julia Tuttle y además lo que ella estimó
una señal divina. Una helada que ella convertiría en fructuosa para sus planes.
Ya
desde febrero de 1895 los estruendos de la Guerra de Independencia emprendida
por los patriotas cubanos, había estallado
en otro de los esfuerzos por liberarse del yugo español. España se aferraba a
su joya preferida y única restante.
El fenómeno climatológico provocó
que los granjeros del centro y norte de la Florida hasta Georgia, arruinadas
sus cosechas se esfumaran y huyeran espantados junto con las frutas. Fue
entonces que esta “helada espléndida” aceleró el movimiento para incorporar y
alumbrar la que después sería la Ciudad de Miami.
En tanto, en el cobertizo armado en
“Fort Dallas”, dos mujeres también desayunaban
a la usanza del lugar.
—Señora,
yo la veo a usted muy tranquila. Dicen que la poca gente que permanece desde el
medio de la Florida hasta las Carolinas, se jala los pelos. Están desolados —sentenció Samantha, la sirvienta negra.
—Tranquila,
Samantha. Por ahora, vamos tirando con la producción de almidón, la recolección
de plumas de las zancudas y las fibras de tejer. Eso se utiliza siempre, con
independencia del clima.
Julia sonrió, en medio del
estruendo de los chiquillos, perros, gatos y patos; los de ella y los de su
sirvienta. A su rostro de mentón casi cuadrado como el escudo de un legionario
romano, le adornaban guedejas un tanto salpiconas.
Su expresión, exhalaba ternuras y
un montón de los deseos reprimidos, propios de cualquier cuarentona soltera a
la fuerza, todavía a mitad del camino.
xxx
Capítulo V
Recién lanza sus
magias, filigranas y augurios, el Dr. Tigre
Recién,
después de su acostumbrada descarga religiosa para impresionar a Samantha y los
otros miembros de la servidumbre y trabajadores de la estancia, el brujo
Seminole; "Dr.
Tigre"; comenzó a desgranar una larga queja. Dr. Tigre andaba
en ascuas disgustado con la intromisión de sus colegas haitianos que vibraban
en la misma cuerda de las magias y el esoterismo santero. Sin despedirse con su
acostumbrada cortesía dio media vuelta y
se marchó de la vivienda, con su música a otra parte. Dr. Tigre, no dejaba que
sus filigranas amorosas por Samantha, se enfriaran.
Sucedía que ambas prácticas
brujeras chocaban entre sí, más cuando se trataba pelear contra las bondades
del insondable déjà-vu y otros ritos esotéricos de los negros nativos o provenientes
de las islas
Luego, las mujeres del lugar, en
especial las solitarias y después de haberse encomendado por largo tiempo al
santo en cuestión; lo tenían en calidad de
posible proveedor de remedios mágicos para salir de la soltería y pasar
los días críticos, las cuales recurrían
a cualquier práctica o cosa oculta y, si era posible, discreta.
Después, ambas mujeres continuaron
armando el paquete que enviaría al varón que disfrutaba todas las playas en la
zona de San Agustín de la Florida, por el este del Panhandle, hasta West Palm
Beach. El cual, se rumoreaba, andaba cerca en una de sus casonas.
Porque Flagler era persona muy
nombrada en las cosas de carreteras, real estate y en especial, las
ferrocarrileras; esas ruidosas pero tan ansiadas máquinas, cuya música todos
deseaban escuchar en sus vecindarios.
—"Pero
tan necesarias a su terruño" —suspiró Julia con palabras
entrecortadas. Samantha la miró tierna.
—Yo
le pondría papel de seda —propuso
Samantha, en tono zalamero.
—Falta
la carta. Espero que él me atienda. En realidad, presiento que nada más tenemos
que ofrecer al señor Flagler, salvo el hedor de los pantanos, mosquitos y la
jeringa de este pegajoso calor.
—Quizás sí,
quizás no, señora. Tenemos playas hermosas –apuntó Samantha, esperanzadora–. Depende de la sensibilidad del hombre.
—Importante
es que las flores y yemas del naranjo, no se dañen. Esta zona, será un lugar
bonito, aunque por ahora, tengamos que bañarnos en el mar con esos horribles
vestidos de baño — pronosticó
Julia.
En un tono raro, quizás premonitorio de la que después sería la ciudad fabulosa, no muy concordante con su sobriedad indudable.
En un tono raro, quizás premonitorio de la que después sería la ciudad fabulosa, no muy concordante con su sobriedad indudable.
Porque sin más, se trataba de Julia
Tuttle, la adelantada viuda y su nueva propietaria, entre otras posesiones, del
aun no demasiado viejo Fort Dallas y
sus inmediaciones. La Tuttle, ya había decidido junto con Brickell, donar
tierras para salvar sus sueños mutuos de lo que sería la ciudad futura.
Lo mejor era que ya había embullado
a Brickell, su familia y otros notables de la villa, para que se sumara al
juego, durante un opíparo almuerzo que organizó en el césped de su barraca de Fort
Dallas, en ocasión de aquel templado Día de
Acción de Gracias.
Exactamente, cuando el último
contingente de voluntarios del Ejercito de los EE.UU que acampó en Miami, en
1896, en ocasión de estallar la Guerra Cubano-Hispano-Americana, coincidente
con los criollos, ansiosos de ganar su libertad y soberanía política y
económica para la Isla De Cuba de la apabullante metrópolis.
Tras la derrota española, las
fuerzas norteamericanas expedicionarias, ocuparon todo el territorio de la Isla
de Cuba y sus cayos adyacentes, Puerto Rico, Filipinas, las Marianas, las
Carolinas y el Archipiélago de Palau
y otras posesiones. En el caso de Cuba, especialmente, a los fines de comenzar
la reconstrucción de la isla, tras el desastre dejado por la guerra, que ya duraba
50 años.
Así, hasta el 20 de mayo de 1902,
cuando se proclamó la República de Cuba, desde entonces, un nuevo país libre e
independiente, donde la soberanía, estaba en su punto más elevado.
Esa noche, tras el retorno de los
invitados a sus casas respectivas; Julia y Samantha se sentaron en el cobertizo
(hasta que los mosquitos se lo permitieran) y conversaron, confiándose sus
mutuas cuitas.
— ¿Lograremos
“armar el muñeco”, señora?
—Que
no te quede la menor duda, mujer incrédula —le aseguró Julia. En ese instante fue que sintió
la punzada lacerante en el bajo vientre. Para entonces, Julia ya estaba herida
de muerte.
Otra vez, en la
boca del río San Juan
—Es hermosa —dijo Harold, y entonces fue cuando le extendió a Henry el
envío y la carta.
Éste la leyó, despacio. Después,
permaneció meditando por unos segundos. Miró a Harold, quien se sintió
escrutado por su jefe.
—Y todavía
yo no sé cuál es el empecinamiento de esa mujer en fundar una ciudad en aquel
páramo.
—Señor,
las mujeres maduras sufren de cierto calores...
—Bien por la romántica rama de naranjo en flor, pero ¿qué interés
tiene para nosotros ese atracadero de manatíes? —arguyó Henry, sarcástico—. En la
carta, me invita a llevar máquinas y rieles desde West Palm Beach hasta
Biscayne Bay. Y que la bonanza está asegurada la zona del río, que las heladas
no tocaron ni tocarán el sur de la Florida, que sólo son sesenta millas desde
West Palm Beach, y que...
—...y
que la prueba de ello es la rama con las yemas del naranjo en flor que le envía
–intervino Harold.
—Cierto —asintió Flagler, y agregó—. Y
eso, ese sueño, mi estimado Harold, cuesta dinero, ¿no?
—Señor
—acentuó Harold, tomando una larga bocanada de aire y con una
expresión premonitoria, concluyó—, yo no sé de
negocios, ni de heladas, ni del impacto de los turistas que irían al lugar.
Pero le aseguro que, cuando una viuda solicita atención, es mejor hacerle caso.
Me dispensa, pero se lo digo con absoluta sinceridad y... por experiencia
propia.
Henry Flagler demoró solamente
segundos en pensar sobre las palabras de su mayordomo. Fue hasta el saloncillo
aledaño donde su esposa, hacía trebejos como si tejiera el tapete de Penélope.
—Y
tú, querida, ¿qué piensas sobre la proposición de nuestra viuda?
— ¿Cómo?
—Vamos,
mujer, no te me hagas la sueca. Tú siempre tienes los oídos bien afinados.
—Bueno,
Henry, desde el primer momento que la vi me agradó. Y también, porque siempre
da la impresión de ser tenaz, cuando se propone algo.
— ¿Y
me lo dices a mí?
Dos ingenieros,
muy apuestos, visitan a una viuda todavía soñadora
Flagler,
no le dio mayores vueltas al asunto y de inmediato, llamó a dos de sus mejores
lugartenientes Los ingenieros civiles, William J. Krome y James E. Ingraham y también
además a Joseph R. Parrott (Presidente de
la Florida East Coast Railway). El trío concurrió a la carrera hasta Miami.
Julia, inmersa en sus quehaceres, sin dejar de conversar con Samantha, no
advirtió los toques en el portón de su Fort Dallas.
Samantha fue quien escuchó, hizo un
gesto y Julia esperó un instante hasta que un nuevo toque, ahora más fuerte, le
hizo correr a la puerta. Era su amigo William Brickell, otro de los pioneros.
Su sorpresa aumentó cuando observó que tras
Brickell se destacaron tres figuras altas, todas desconocidas. La plática se
montó, junto con William Brickell y los ingenieros alrededor de la mesa de
café.
—Señor
Ingraham, me place que el señor Flagler les haya enviado con tanta premura, a
conocer mi propuesta, digo, que la supongo y se, coincidente con la de los
habitantes de la villa. Nuestra comunidad, la villa; como ustedes pueden
constatar está en pleno auge —dijo
Julia en tono pausado y optimista, como de quien está completamente segura del
peso de sus palabras, el tamaño de su villa y el futuro.
Ingraham giró la cabeza y se
encontró con el rostro de Parrott, quien había reaccionado igual ante el aseveración
de la viuda y cuando miró a los ojos de este, encontró la misma expresión de
estupor.
—Señora
Tuttle, —acentuó Ingraham
—sin que nos entienda mal, quizás por nuestra torpeza,
pero la zona aun esta virgen y…
— ¿Me
permite, señora Tuttle? —intervino
Parrott, en el mejor tono amistoso que encontró en su repertorio—. Cierto que el señor Flagler, por el momento, siente
curiosidad por saber tanto los propósitos, como de las posibilidades de que
nuestra compañía invierta; o mejor
acelere, los planes de llegar a este puebli…
—Villa, que
inmediato que llegue el primer tren, será ciudad y después sin que le falte una
letra, sede del condado, señor Parrott, si me permite la corrección. Porque
debemos pensar en un futuro que nos espera, como quien dice, detrás de la
puerta.
Fue ahora a la inversa, puesto que
fue Parrott quien miró a Ingraham, el cual contuvo una sonrisa por la decisión
que advirtió en aquella pueblerina, de lo cual se equivocaba, porque ella era
toda una dama educada de Cleveland, lo que en las costumbre españolas recibiría
el trato de “Doña” Julia Tuttle posó su
mirada profunda en los ojos de aquellos hombres.
—Madame,
¿qué es lo que realidad usted propone? Porque en los planes de la compañía, se
considera llegar aquí, más adelante, mientras consolidamos los servicios ya
inaugurados —le inquirieron, casi al unísono.
—Partamos
de una realidad concreta y tangible relacionada con el señor Flagler. Se trata
de algo que se puede ver y tocar, tales son los rieles y los ferrocarriles que
corren sobre ellos y los "resorts" de lujo con los que viene
tapizando toda la costa este de los Estados Unidos —y continuó fluida
ante el asombro de sus interlocutores, en especial, Parrott—. Tal actividad económica y financiera, ha modificado
sustancialmente todos y cada uno de los puntos donde se han establecido
estaciones públicas. Y más aún, porque aquel condado por donde atraviesa el
ferrocarril, se vuelve próspero.
Y eso
estimados señores, es exactamente lo que queremos para Miami, si el señor
Flagler nos comprende y nos bendice corriendo hasta la boca del río sus
condenados rieles y al menos una de esas ruidosas cafeteras. Que les
confesamos, el señor Brickell aquí presente y yo, la señora Tuttle que
necesitamos que nos ayude cuanto antes. Es que ya viene el nuevo siglo.
¿Entienden?
El señor, Henry Flagler, tiene en sus manos
los destinos de esta comunidad por ser un emprendedor verdadero, no un político
que promete lo que sabe no cumplirá. Que
el Señor Flagler nos ponga el ferrocarril aquí, y haremos de esto, una gran
ciudad.
Como ya prometimos, tanto el Señor Brickell
como yo, donaremos parte de nuestras tierras para construir la ciudad y un gran
hotel, en Biscayne Bay. ¿Han visto las playas y la claridad del agua? No son
como las del golfo. Igual o mejor, a los que el señor Flagler nos tiene
acostumbrado en toda la zona este de Florida. Así de simple, caballeros. Eso,
es “ya”, señores míos.
Apuró Julia, enfatizando el “ya”
en tono firme, de un sopetón y se calló. Observó a Brickell y este asintió con
la cabeza, Cuando miró entonces hacia la cocina, detrás de los visitantes vio
que Samantha la miraba sonriente, mientras le hacia una seña de victoria con el
pulgar hacia arriba.
xxx
—Señora
Tuttle, —repostó Ingraham, sonriente y se volvió hacia Parrott
con una mirada suplicante— la defensa de
sus argumentos, los suyos de Usted y los del Señor Brickell, dicen de por sí mismo la solidez de las ideas
de los lugareños.
En realidad, y entiéndalo bien que será entre nos, considero que el señor Flagler se solidarizará con los puntos de vista del resto de los vecinos. Pero, es el quien dice la última palabra. El tramo de Fort Lauderdale está en la mira de los constructores y el tramo hasta Miami no es el de aquellos que nos presentaran dificultades.
En realidad, y entiéndalo bien que será entre nos, considero que el señor Flagler se solidarizará con los puntos de vista del resto de los vecinos. Pero, es el quien dice la última palabra. El tramo de Fort Lauderdale está en la mira de los constructores y el tramo hasta Miami no es el de aquellos que nos presentaran dificultades.
—Aunque,
lo mejor del chiste —apuró
Parrott— es que el último punto en tierra firme,
será Homestead. De ahí, vendrá el gran salto, de isla en isla como unos
flamencos, hasta Key West. Y que Dios nos coja confesados y libre de pecados.
Cuando los dos hombres concluyeron
el resto de la conversación, en cuyos detalles participó Brickell activamente,
se retiraron convencidos de los argumentos de Julia Tuttle y William Brickell.
La idea de fundar una ciudad en aquellos páramos, efímera y ensoñadora en sus
principios, se materializaría casi de inmediato.
—Qué mujercita
esta —comentó Ingraham, como
quien no quiere las cosas.
Fue mientras caminaban rumbo a una
especie de posada; muy rudimentaria que les ofreció el cubano Encinosa, dueño
de la única fábrica de tabacos, del lugar.
—Mujerona, diría
yo. Por lo que veo, si la dejan, le vendería hielo hasta a los esquimales—
concluyó Parrott, mientras se sacudía los mosquitos del atardecer miamense.
Entonces, devino el cambio.
Capítulo VI
Danza de los
"Nunúes Azulados"
Después
de los arreglos y contratos, Flagler envió por mar a Joseph A. McDonald y sus
cuadrillas de obreros, a los fines de desbrozar el terreno para levantar in situ el futuro e inmenso "Royal Palm
Hotel" (5)
Este edificio de 5 pisos, sería la primera diana de la traza del proyecto en el
banco norte de la boca del río Miami, tal como se pensó desde el principio y
que finalmente seria el asiento del actual Downtown.
Esta enorme edificación de madera, traía dotación de lo último para el disfrute
de los huéspedes.
Sin proponérselo, la construcción
se elevó sobre el antiguo asentamiento de un caserío tequesta. El mismo lugar
donde más tarde fue descubierto por excavaciones no con fines arqueológicos
sino de desarrollo urbano, en lo que hoy es el denominado "El
Círculo de los Tequestas"
Dicho hotel al ser inaugurado,
disponía de luz eléctrica, agua corriente (caliente y fría), bombas, retretes
baños privados, elevador, piscina y otros tantos ganchos; que hicieron del
lugar un verdadero succès, para el
fin de siglo XIX e inicios del siglo XX.
Ahora, con el ferrocarril, no tardó que los turistas de todas las épocas del año, arribarían a montones para disfrutar de las aguas tibias de las playas atlánticas de Miami Beaches y del Biscayne Bay.
Ahora, con el ferrocarril, no tardó que los turistas de todas las épocas del año, arribarían a montones para disfrutar de las aguas tibias de las playas atlánticas de Miami Beaches y del Biscayne Bay.
En abril 7 de 1896 los rieles
llegaron hasta el "Depot" (estación o apeadero)
cercano el “Royal Palm Hotel” El 13 de
abril arribó el primer tren de prueba con más materiales múltiples y equipos para
el hotel y negocios emergentes. La
población ya ávida del progreso, miraba aquellos esplendores intuyendo que su
terruño, no sería uno más.
El 22 de abril de 1896, finalmente,
la imponente cafetera No.12 del Florida East
Coast Railway; arrastrando un vagón de correos, dos de carga y
uno de pasajeros; entró oficialmente en su primer viaje comercial en los
predios miamenses.
Arribaba con sus ruidos y
escandaleras de siempre, hasta depositarlos a los pies de Julia y de los entusiastas
miamenses congregados en la nueva estación al NE de la boca del río.
Flagler, un perfecto ciudadano y caballero, declinó el ofrecimiento gentil de
que la nueva ciudad llevara su nombre e insistió, coincidiendo con Julia Tuttle;
en que la misma conservara el nombre indio ancestral del lugar. Ese día, la futura Ciudad
de Miami ("La mágica")
nació, siendo incorporada como entidad ciudadana en julio 28 de 1896.
Por entonces, parece que los Nunúes —duendes de la floresta pantanosa,
de los Everglades— ya elucubraban sobre un sendero hecho sobre las mismas
huellas de los mocasines indios, los que corrían enrevesados por entre bosques
y ciénagas.
El trillo, partía desde la boca del
río Miami con rumbo oeste, atravesaba
toda la península, bordeaba la "Bahía de Carlos" (Charlotte
Harbor) inclinándose al norte; por donde fluiría sin parar hasta la Bahía del
Espíritu Santo (Tampa Bay). Donde la actual ciudad
costera de Tampa
(“lugar de muchas astillas”) actual.
Con el "tiempo y un ganchito", además
de sus buenas cargas de dinamita; este camino construido con las técnicas y
estándares modernos prevalecientes a inicios del siglo XX, sería denominado
"Tamiami
Trail" (actual Carretera Estatal 41).
Así, el otrora ancestral Trail (sendero) de
indios, se tornaría finalmente a inicios de los 60s, en la fabulosa "Calle 8"
(nervio central y asiento de la “Pequeña Habana”) de los cubanos inmigrantes
lanzados al exilio.
Después cuna acogedora del resto de otras minorías indoamericanas, además de grupos de europeos, asiáticos, isleños, etc., cuando los comunistas sublevados contra la democracia y la libertad que les aterraba, comandados por el Dr. Fidel Castro Rús, sus nepoticos y seguidores, se apoderaron de Cuba
Después cuna acogedora del resto de otras minorías indoamericanas, además de grupos de europeos, asiáticos, isleños, etc., cuando los comunistas sublevados contra la democracia y la libertad que les aterraba, comandados por el Dr. Fidel Castro Rús, sus nepoticos y seguidores, se apoderaron de Cuba
Esta descomunal inmigración de los
cubanos hacia distintas diásporas, eminentemente por causas políticas —sin paralelos
en la historia de Indoamérica—; llegó a alcanzar en todas las diásporas
brotadas, una cifra conservadora de 2 millones de perseguidos políticos.
Quienes sin quererlo, se vieron
empujados al exilio a motivados por la férrea dictadura stalinista implantada
en Cuba en 1959 por los comunistas, quienes en sus eufemismos reverberantes,
Castro la denominó “Dictadura del
Proletariado”, a fin de congraciarse con Moscú.
Este
dogal, fue desatado de manera inmisericorde contra el pueblo indefenso; por el
Dr. Fidel Castro Rús, su familia nepótica y seguidores orientales, todos, estratos
mafiosos. Los cubanos inmigrantes se desarrollaron con éxito pleno en calidad
de empresarios.
Entonces fue cuando desde la
floresta oeste de la futura ciudad, más allá del punto en que se erigió “La Atalaya”;
para que los turistas se recrearan con la vista panorámica de los Everglades,
llegaron señales parpadeantes en la oscuridad.
Luego, en medio de una de esas
noches oscuras —cuando las hormigas
negras suponen, apunta un viejo cuento árabe "que ni Dios las puede observar" dado que ahora andaban agazapadas en hendiduras
de un árbol parecido al ébano— se volvieron a escuchar los acordes presagiosos.
Se trataba de murmuraciones ininteligibles, como gritos lastimeros, desgarradores, de la “Danza de los Nunúes Azulados”, siempre enfurecidos, como hitos de ángeles vindicadores contra todas las "Tiranías Enrojecidas"
Ellos, serían los destinados a vengar la afrenta humillante de los Castro y sus seguidores, contra el pueblo cubano indefenso.
Se trataba de murmuraciones ininteligibles, como gritos lastimeros, desgarradores, de la “Danza de los Nunúes Azulados”, siempre enfurecidos, como hitos de ángeles vindicadores contra todas las "Tiranías Enrojecidas"
Ellos, serían los destinados a vengar la afrenta humillante de los Castro y sus seguidores, contra el pueblo cubano indefenso.
Fin
de la saga.
© Lionel Lejardi.
Diciembre, 2011
lejardil@bellsouth.net
Legacy Press
1 Por esa época, ya el médico cubano Dr. Carlos
J. Finlay experimentaba y completaba en la finca San José de Marianao (después,
barrio obrero de "Pogolotti") un suburbio de La Habana, su tesis de
que el mosquito ædes aegypti al picar
a los humanos, era el transmisor de la enfermedad.
2 William J. Krome, ingeniero civil y topógrafo,
andaba por entonces en los trabajos del Canal de Panamá, recién adquirido por
los EE.UU, cuando fue llamado por Flagler tras la aprobación de la ley que
autorizaba la extensión del ferrocarril desde Miami hasta Key West. Flagler
concibió el proyecto en 1905 y tras dos años de estudios y proyectos, en 1912
se culminó la línea del ferrocarril, a un costo de unos 50 millones (USD).
3 El “Ponce de León
Hotel”, en memoria de Flagler, fue convertido por sus herederos
en el prestigioso “Henry
Morrison Flagler College”, situado en la ciudad de San Agustín
de la Florida, en el extremo nordeste de la península.
4 Precisamente en la ciudad de Palm Beach es
donde el tycoon construyó su hermosa
mansión; “Whitehall”; como regalo de
bodas a su nueva esposa, Mary Lily Kenan, donde residió desde inicios del siglo
XX. Con posterioridad la mansión fue convertida en el actual el Museo de Bellas
Arte, Exposición y Galería “Henry Morrison Flagler”.
5 El “Royal Palm Hotel”, una
edificación de 5 pisos, fue la última joya de resorts de lujo
para las personas ricas (snowbirds) que Flagler erigió, en el mismo
sitio del antiguo asentamiento de los tequestas. Contaba con 450
habitaciones además de electricidad, elevadores, luz, piscina, fábrica de
hielo, etc.; lo más moderno existente para la época. Lo curioso fue que Julia
Tuttle, indicó en una de las cláusulas de la donación de sus tierras, que en el
hotel “no se venderían bebidas alcohólicas” Claro que eso no funcionó.
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